Paloma Pedrero
Cerró el pico
El otro día, la anciana juvenil del parque con la que juega mi perra a la pelota se echó a llorar quedamente: «Yo tenía una lechería y un marido. Un hombre bueno. Pero un día cerró el pico. Sí, ni agua tomaba. Tampoco hablaba, sólo quería estar en la cama y dormir. Al principio, pensé que era una pena pasajera, de esas sin motivo, pero como pasaban los días y seguía igual ya me preocupé y llamé a urgencias. El médico me dijo que había que ingresarlo. Yo me enfadé mucho, porque esa perra suya de no abrir el pico me estaba volviendo loca. Así que nos fuimos para el hospital. Le pusieron suero y más suero, le hicieron pruebas y más pruebas. Y nada, que no le pasaba nada. Así que me dije, pues este va a comer por narices. Y entonces, cogía la cuchara y le tapaba la nariz. Pero, oye, que prefería ahogarse. Después de muchos días, los médicos me explicaron que la única solución era hacerle un agujero en la tripa y alimentarlo por ahí, que yo decidiera. ¡Como iba yo a decidir eso! Se lo pregunté a él, me miró fijamente a los ojos y gruñó: “Dejadme en paz”. Así que me lo llevé para casa sin sonda. Cuando llegamos y vio su cama pareció resucitar. Sonreía feliz. Se tumbó como un pajarillo y respiró hondo, como si se pudiera vivir del aire. Un día, cuando ya era chasis, me pidió café. Yo saltaba de alegría. Le di un sorbito con la cucharilla y sentí como un ruido de cafetera. ¡Traga, por fin! Pero, no. Era eso que les pasa... Eso, era un estertor. Cerró el pico para siempre. Pobre mío».
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