Restringido

Cervantes entra en campaña

Los huesos de Miguel de Cervantes entran en campaña. Todo indica que el Ayuntamiento de Madrid hará el anuncio del laborioso y valioso hallazgo del convento de las trinitarias aprovechando el ruido de las urnas. Ya se sabe lo que importa una buena foto en estas circunstancias. Y más aún, ahí es nada, poner de tu parte la pancarta del autor de «El Quijote» y «La Galatea». Por lo menos la noticia servirá para airear un poco el asfixiante clima electoral que nos espera, con un toque de originalidad. La felicidad municipal no será, sin embargo, completa porque no deja de ser decepcionante que del personaje español con más proyección universal de todos los tiempos sólo se encuentren restos dispersos, pequeños fragmentos de huesos, depositados en un confuso nicho de la iglesia, donde aparecen mezclados con los de otras personas, niños mayormente. ¡Pobre Cervantes! ¡Pobre España! Ni siquiera vamos a encontrar su esqueleto completo y su luminoso cráneo, digno de veneración. Las obras en el convento donde fue enterrado hace 399 años no respetaron su reposo. No hubo piedad para él, que acabó deshecho y amontonado en un osario común. A mí me parece la metáfora perfecta de la desidia nacional y del tradicional desprecio a la cultura. Si hay unos restos mortales que había que haber conservado como oro en paño, para que fueran lugar de peregrinaje de todas las generaciones, eran los de este genio de las letras, que honra más a España que todos los nobles y poderosos caballeros juntos, que gozan de suntuosos mausoleos en las catedrales.

Avergüenza ver el ejercicio de mendicidad de Cervantes, para poder sobrevivir, hasta la víspera de su muerte. El día 19 de abril de 1616, tres días antes de morir, el autor de «Persiles y Segismunda» escribió la siguiente dedicatoria al conde de Lemos, su protector: «Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». No conozco una dedicatoria más emocionante y patética, fiel reflejo de la humilde sumisión del universo de la cultura a los deseos y caprichos del poder. En tiempo de Cervantes, al poder del dinero; en nuestro tiempo, a las decisiones de los gobiernos, que tienen en sus manos, por ejemplo, subir o bajar el IVA cultural a voluntad. Los políticos viven más pendientes de la bolsa que del teatro o de la librería de enfrente. Quiero decir con todo esto que no estaría mal aprovechar el descubrimiento, aunque sea algo limitado y decepcionante, de los huesos de Cervantes para que los variopintos candidatos que se presentan a estas elecciones se ocupen menos del dinero y los rifirrafes particulares y más de la cultura, convencidos de que del desarrollo de la educación, las letras, el arte, la música y la ciencia depende nuestro futuro. Sería la mejor forma de honrar al autor de «El Quijote», libro que debería ser texto obligado en los institutos y en las universidades, entre otras cosas, por su valor como «desfacedor de agravios y sinrazones».