Francisco Nieva

Chesterton

G. K. Chesterton, Londres, 1874-1936. Escritor, periodista, narrador, humorista... Y católico hasta el tuétano, debemos añadir. Se le llamó «el rey de la paradoja». Y, en efecto; para mi gusto, es el escritor británico más divertido y más sutil que hubo de caer en mis manos cuando aún no tenía los veinte años y ya era yo un ateo confeso y presa del estupor al leer su libro «Ortodoxia». Admiración por el ingenio y el humor de su composición literaria; ingeniosa, paradójica y divertida, que da por victoriosa y salvífica la doctrina católica. Cuenta que, de chico, el paso de un gato negro y un hombre con sotana le parecían felices excepciones, la de ser un gato negro y un cura católico. Me parecía una prueba de agresivo cinismo tanto remachar sobre lo mismo en la España clerical de Franco. De una cargante redundancia. Por un lado, irritante y, por otro, admirable. Para Chesterton, la fe religiosa lo resuelve todo; los misterios del amor, el dolor y la muerte. Éste es el libro más optimista del siglo XX por su clerical radicalismo, feliz y desafiante, que pudo exaltar a los convencidos y ser fruto de algunas conversiones. Para Chesterton, las más enlutadas y pomposas ceremonias del catolicismo eran consoladoras y altamente gratificantes, porque ratificaban la salvación de los fieles. Dice que, puestos a elegir una fe en algo, nada hay más impresionante y conmovedor que la vida y doctrina de Jesucristo. Si la fe mueve montañas, también mueve la pluma, los pinceles, el martillo y la gubia de tantos artistas, como germen de su inspiración. Según su teoría, todo el arte mayor de Occidente es católico, desde Miguel Ángel a Salvador Dalí. Queriendo competir con Conan Doyle, se inventa a un detective tonsurado, al padre Brown, sobre el que publica cinco libros, contando sus indagaciones policiales, que también son un dechado de ingenio y humor.

Muy correctamente traducidos al español, me leí de seguido los cinco tomos, con un ávido y creciente interés. Recuerdo especialmente uno de aquellos relatos, en el que cuenta que el padre Brown vive en una abadía, desde cuya celda puede ver un jardín muy profuso y muy descuidado y, sobre todo, un chopo viejísimo, de tronco muy gordo, al final del jardín y cerca de la tapia que lo delimita. Siempre lo ha visto desde un solo punto de mira, digamos de frente. Pero, una mañana, se le ocurre rodear al viejo chopo, y descubre que en su tronco carcomido se aloja una momia humana. Inconveniente es ver las cosas desde un solo punto de vista, sin abrazar toda su realidad. Como detective, el padre Brown se muestra relativista. Así, pues, en su devoto libro le da varias vueltas a la fe católica, para no encontrarle brecha en la que pueda caber la duda. La revelación policial del impresionante hallazgo en aquel tronco carcomido ocupa el resto de dicho relato, con sorpresas del mismo garabito, dando pruebas de un rarísimo ingenio que deja chiquitos a muchos escritores de misterio. Yo recomiendo su lectura, como el más refinado pasatiempo. Aquí, el misterio se convierte en un alegre y chistoso descubrimiento. El «rey de la paradoja» realiza con éxito esta inversión.

El optimismo de Chesterton –al igual que su fe– es de un granito catedralicio, resistente a las degradaciones del tiempo y de la razón materialista. Para él, la fe de los más simples –hasta la del carbonero– tiene el mismo valor que la de los más sofisticados teólogos jesuitas. Todos salvados y transmisores de la salvación, como de una gripe salutífera. Esta optimista disposición anímica mueve su originalidad de artista, un caso aparte en toda la literatura británica. Es lamentable que Freud no estudiara este caso, de todo punto extraordinario, fenómeno psíquico sin precedentes, de resultados tan brillantes que estimula la envidia de no ser católico ortodoxo, para ser también, eventualmente, un gran artista. Leamos o releamos una vez más ese libro enigmático, para problematizar nuestra conciencia. Ejercicio espiritual que nos brinda su gran literatura, de un optimismo redentorista. En qué creemos, cómo creemos o si no creemos en nada, desgraciadamente. Libro de tan agresiva contundencia, que ni el Papa Francisco pudiera negar o rechazar. El testimonio clínico de un británico loco por el catolicismo latino. La mayor prueba de excentricidad en su medio vital y profesional, del que se declara enemigo, entre bromas y veras, paradojas y chistes. Divirtámonos y recemos leyendo este libro.