Alfonso Merlos

Chófer sin pasajeros

Q uo vadis, Artur? Es una pregunta retórica, puesto que ni el molt honorable lo sabe. Irá adonde pueda o le dejen, porque el experimento fallido del 9-N ha resultado ser un tiro en el pie. Nada de independencia: sólo folclore. Nada de allanar la gobernabilidad en lo que resta de legislatura: más tensión. Nada de facilitar la confección de una lista única separatista para una próxima cita electoral: todo es división.

En efecto, el señor Artur Mas ha hecho un pan como unas tortas. Es lógico. Nunca ha intentado contentar a todos, pero es indiscutible que ha conseguido cabrearlos, sin excepción. A los aliados pre 9-N (caso de Esquerra Republicana) que ahora piden más madera y mas caña. A los poco partidarios (¡ay el socialismo catalán!) que ahora intentan echar un cable sin que se note. Y desde luego a todos los adversarios, que entendían y entienden –ronda de contactos incluida– que don Arturo ha perdido los papeles.

Oriol Junqueras es un tipo inteligente, pero no es verdad que el proceso para la partición de España haya salido reforzado tras este ensayo con las urnas de cartón y el «censo mátrix» al que asistimos el pasado domingo. Al contrario. Y la prueba no es que a partir de ahora el problema es que haya cinco coches a los que subirse sin una ruta clara ni un destino.

Lo grave es que el máximo promotor de este delirio catalán se ha instituido en un chófer sin pasajeros a los que convencer para hacer el viaje. Y no sólo por sus episódicas meteduras de pata, sino por sus choques con unas leyes que le están irritando, debilitando y conduciendo a la derrota. No olvidemos clásico proverbio del poeta latino Ovidio: «La gota horada la piedra, no por su fuerza sino por su constancia».