Marta Robles
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Siempre me he preguntado cuál es el objetivo de separar a los niños de las niñas en los colegios. Supongo que antes esto se hacía por esas cosas de la moral, más bien doble, que presumían que poniendo una línea divisoria entre ambos no se exacerbarían esos sentimientos tan absolutamente lícitos como normales; pero ¿ahora? Ya imagino que por ahí anda lo religioso y en ello esa creencia de que uno se concentra mejor si no tiene, digamos, a la tentación al lado, pero hasta eso me parece antiguo para la propia Iglesia católica que, en lo últimos tiempos, por fortuna, parece estar dando pasos de gigante. Si por mí fuera, lo único que se separaría por sexos en esta vida serían los lavabos; todo lo demás compartido es mejor. No es que yo piense que los niños o niñas que estudien solo con chicos de su mismo sexo vayan a salir perjudicados, porque yo misma fui a un colegio de monjas; pero no lo entiendo. No hace daño, claro que no, pero ¿hace bien? Y en el caso de que no haga ni bien ni mal, ¿para qué enzarzarse en la pelea de separar por sexos? A mí me parece perfecto que se pueda elegir, que cada uno haga lo que quiera y que, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad regida por la oferta y la demanda, si hay quien quiere que haya colegios femeninos y masculinos, que los haya incluso con el mismo derecho a subvención...Pero sigo sin entenderlo. La vida está hecha para que la compartamos y no para que la compartimentos. Compartir, creo yo, es vivir más intensamente y, sin duda, vivir mejor.
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