Paloma Pedrero

Corazón, alma

El corazón, bien lo sabemos, es un órgano muy sensible a las emociones de la vida. El estrés, la angustia, la ansiedad aumentan las cardiopatías. Un dolor emocional muy grande puede provocar una alteración del ritmo cardiaco hasta términos insospechados. Yo soy ejemplo de ello. Con veinte años estuvieron a punto de hacerme un cateterismo, asustados ante la brutal arritmia que se empeñaba en emitir mi corazón. Todo era fruto de un desengaño amoroso. Mi novio se estaba yendo. Yo moría de amor. Un galeno joven y avispado se dio cuenta y me libró del quirófano, pero estuve en puertas. Fíjense si el cuerpo, la mente y el corazón van unidos, funcionan unidos. El corazón, aunque tiene mala prensa entre algunos, es un órgano muy utilizado. Afortunadamente. Sentir, hasta los más cerebrales lo hacen, sentimos todos. Algunos lo expresan con facilidad, incluso con facilidad sorprendente, no hay más que ver la televisión y el torrente de lágrimas y risas, muchas bobas, que desprende. Hoy en día lloran todos, hasta los deportistas más fornidos y machotes gimen como niños en momentos. Las emociones como la agresividad, la rabia, la pena, están en todos los rincones. Pero ¿y el alma? Eso ya es otro cantar. Porque los sentimientos no son el alma. El alma, para mí, es el órgano capaz de tomar las emociones y los pensamientos y transformarlos en miel. El alma es el instrumento de la conciencia. Y no, no es fácil tenerla en activo. Se necesita mucho esfuerzo y práctica cotidiana. Mucho pensamiento propio y ganas de amar. Transformar la violenta rutina emocional en un acto de amor es utilizar el alma para hacerse uno mismo bello y bueno. Para poder hacer más bello y más bueno el mundo.