Alfonso Ussía
Corrupción hortera
En su formidable retrato de las Filipinas del matrimonio Marcos «Filipinas es mi Jardín», Manu Leguineche pone en duda la posesión y exposición de mil pares de zapatos en los armarios de Ymelda Marcos. Manu calcula que los zapatos de Ymelda no llegaban a setecientos pares. Un alarde de austeridad oriental. Maria Antonia Munar volaba a Madrid para comprar bolsos y maletas de «Louis Vuitton». Podía adquirir los carísimos chismes en Palma, pero prefería la discreción que Madrid procura. La corrupción, esa culminación negativa del ser humano con poder, cuenta con dos clases de corruptos desde un punto analítico elemental. El corrupto «bien» y el corrupto hortera. El sinvergüenza que invierte el dinero ajeno aterrizado en su bolsillo en una obra de arte es un corrupto educado en la armonía y la estética. El granuja que reúne una flota de coches, un centenar de artilugios de «Vuitton» o un impresionante barco para aburrirse en el Mediterráneo o llenarlo de alegre puterío aprovechando el vuelo de la gaviota es un hortera. Se dice que el «Bigotes» tiene más de cincuenta gafas de sol, lo cual se me antoja sorprendente. Cuando se supieron los detalles de las comisiones y los cafelitos de Juan Guerra no se valoró la medida que se impuso en sus granujadas. Y sí, se compró un «Mercedes», justificando la adquisición con un argumento merecedor del perdón social. «También nozotro, loz zocializta tenemo deresho a conduci un “Mercede”, leshe».
Pocos más horteras que el hijo mayor de los Pujol. Su flota de coches es impresentable. No por constituir una flota en sí misma, sino por el mal gusto de sus vehículos. Esos «Ferrari», ese «Porsche» pintado de amarillo pollo con el capó recorrido por la Señera, y hasta el más humilde, el «Seiscientos», con modificaciones «Abarth» y un radiador frontal para incentivar la refrigeración que hubieran rechazado en el decenio de los sesenta todos los pijos con «seiscientos» preparados que quemaban goma en la Cuesta de las Perdices y llegaban al «Roma», «Balmoral» , «Mozo» o «El Corrillo» con las manos cansadas de tanto volante.
Ningún «Bentley», ningún «Morgan», ningún «Daimler», ningún «Seiscientos» en su esplendor modesto. Todo aparente, retocado y de mal gusto.
Sólo le falta al Lamborghini Miura
–seiscientos mil euros– el cartelito de «No corras, Papá» ubicado en las cercanías del volante.
Como en los barcos. Una señora de mucho y joven dinero compró un interminable barco. Para ir de proa a popa era recomendable un breve descanso a mitad de trayecto. En la cámara principal, como si de un atolón de coral se tratara, se exhibían centenares de peces multicolores de cristal de Murano. Ella, bastante gorda y protegida por una inmensa pamela, navegaba sentada en la popa, como el Pirata de la canción de Espronceda. Se trataba de fondear en la Costa de los Pinos. El capitán demandó su autorización. –¿Le parece bien aquí para arriar el ancla?–; – sí, capitán, me parece el lugar ideal. Pero antes de soltar el ancla, cerciórese de que no haya un buzo en el fondo–.
Una mujer pendiente de la humanidad submarina.
Pero con gracia. Su marido trincó, ella enviudó y que la registraran. No es el caso de Jordi Pujol Ferrusola con su colección de deportivos horteras. Es complicado escribirlo, pero un «Ferrari», aunque sea adquirido con dinero limpio, es hortera. La gente con gusto se compra un «Morgan», que sirve para lo mismo que el «Ferrari», es decir, para nada. Pero rebosa clase.
El chico mayor de los Pujol, del que se sospechan pingües corrupciones – que jamás serán juzgadas–, es un hortera de bolera de Las Vegas. Para ser corrupto hay que tener más gusto, más gracia y mejor educación. Éste compra un barco, llega a una cala y no ordena comprobar, antes de echar el ancla, si hay buzos en el fondo.
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