Restringido
Cuba libre
Para los catalanes, el ideal cubano fue durante largo tiempo la ilusión de convertirse en ricos indianos y ser los valladares en la defensa del españolismo más rancio y recalcitrante. Sin embargo, la pérdida de Cuba y Filipinas troncó las expectativas de buena parte de la sociedad biempensante catalana y la frustración por esta pérdida en 1898 se mezcló con el romanticismo nacionalista y una crítica tardía al modelo político ineficiente, corrupto y de desgobierno de España. Así, con la independencia de las colonias caribeñas, una enorme decepción recorrió la ciudad de Barcelona, que se tradujo en la implantación ideológica de la corrección política del nacionalismo catalán en la que Cuba aparece como el faro que ilumina el camino a seguir hacia la secesión. No es casualidad que la bandera estelada se inspirase en la cubana o que el otrora coronel español Francesc Macià se instalase en Cuba y en 1928 presidiese en La Habana la Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán.
La explotación durante centurias de las posesiones coloniales permitió a la oligarquía catalana crear una floreciente industria, disfrutando a la vez de un protegido y exclusivo mercado interno en España sin competencia y al tiempo extraer la riqueza de ultramar que la monarquía hispana ofrecía a sus súbditos catalanes. Hay que remarcar que fue la insistencia de las élites catalanas en mantener a Cuba como una colonia, oponiéndose radicalmente a la cesión de autonomía que ofrecía el Gobierno, lo que provocó la guerra de la independencia cubana, y su posterior pérdida. La perversión del nacionalismo catalán en su cuerpo doctrinal antiespañol demuestra la naturaleza ilegítima de su discurso, pues se ha preocupado de culpar en exclusiva al Estado español de la pérdida de Cuba y las consecuencias posteriores del desastre del 98, al hacer oídos sordos a las reclamaciones descentralizadoras que emanaban de la isla, olvidando la responsabilidad de las élites catalanas en impedir cualquier diálogo que pudiese reconducir la situación.
Paralelamente hay que señalar el empuje y auge de una Cataluña industrial y de locomotora de España, que en pleno siglo XIX multiplica su poder económico debido a la masiva llegada de los llamados indianos. Son los nuevos ricos, catalanes que partieron pobres de solemnidad de las villas costeras de Barcelona y Gerona hacia las Américas y que regresaron a la Península como triunfadores y filántropos, inversores en villas y mansiones, y que ejercieron de patricios bondadosos, manteniendo una relación estratégica entre las grandes familias empresariales catalanas con Barcelona, convirtiendo a la Ciudad Condal en su lugar de residencia e inversión. El retorno de los indianos significó, también, el regreso de ingentes beneficios y de capitales generados en la isla a través del tráfico de esclavos. Unos recursos financieros que sirvieron para fundar los primeros bancos (Banco Hispano Colonial), para invertir en la industria metalúrgica (La Maquinista) y textil en la creación de ferrocarriles (el tren Barcelona–Mataró), una ingente inversión inmobiliaria, que se tradujo en una urbanización de la nueva Barcelona, la apertura de la Via Laietana, o la construcción del Ensanche de Barcelona, que fue la mayor operación de blanqueo de dinero de la historia de Europa, gracias a unos inmensos recursos amasados en buena medida por el comercio negrero.
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