Pedro Alberto Cruz Sánchez
Cultura de franquicias
Vaya por delante la absoluta admiración que me merece un proyecto de ciudad como el de Málaga, que ha identificado la cultura como un campo de posibilidades económicas y sociales, probablemente mucho menos voluble y expuesto a la crisis que otros sectores más respetados por los «insignes» economistas. Apostar por la cultura en un contexto tan tecnócrata y pragmático como el actual supone un acto de heroísmo y generosidad que jamás será suficientemente ponderado.
Ahora bien, puestos a buscar la excelencia –y Málaga ha dedicado recursos más que suficientes para lograrla–, la pregunta que surge es la capacidad que tiene una política cultural basada en la captación de franquicias globales a la hora de crear una oferta singular, novedosa y con amplio recorrido de futuro. Después del golpe en la mesa que supuso la implantación de la marca Thyssen, la apertura de una sucursal del gigante parisino Pompidou ha servido para revigorizar los planes ambiciosos de monopolio de la atención mediática en materia cultural. Porque ahí radica el problema: más allá del puro efecto de marketing, no parece existir un hilo conductor que mueva esta política de fichajes estrella. El «modelo Málaga» guarda evidentes parecidos con la estrategia de economías emergentes asiáticas y de Oriente Medio, que no duda en comprar el protagonismo cultural mediante la deslocalizacion de grandes franquicias.
A estas alturas del siglo XXI, comienza a haber cierto hartazgo entre los profesionales del arte por este tipo de proyectos impostados e importados que, más allá del brillo de la marca, no aportan un modelo de gestión y un discurso diferentes e innovadores. Una marca ya hecha y consolidada ofrece una flexibilidad mínima y una capacidad de adaptación nula. Se trata de auténticos platillos volantes que aterrizan, abducen y desaparecen en el firmamento sin dejar una mínima estela tras de sí. El futuro parece mucho más propicio para proyectos de pequeña escala, transgresores e incómodos, que de verdad refunden las bases de unas anquilosadas políticas culturales.
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