Alfonso Ussía
De pequeño, nada
La primera confusión que le debemos al pequeño Nicolás es que no se llama Nicolás, sino Francisco, y que en su casa es conocido por «Fran», revelación que se me antoja espectacular.
Conozco un caso parecido. Tuve en mi edad atractiva un sastre llamado José Manuel que en realidad se llamaba Lorenzo y su familia le decía «Loren». Con los nombres hay que tener mucho cuidado porque la gente se lo cree todo. En una biografía de Antonio Mingote en Internet, figura el genio como Ángel Antonio Oberlander de los Santos Apóstoles Mingote Barrachina. En Internet hay más tontos que globos en una fiesta, y tragaron. Yo mismo, modestamente, figuro como Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, que también es falso. No lo de Ildefonso, que es lo mismo que Alfonso y Alonso, sino lo de Cuadrato. Se dice cualquier majadería, y la ponen. Antonio y quien escribe lo pasábamos muy bien en nuestras comidas semanales ideando nuevas confusiones. Escribí que se hacía setenta kilómetros en bicicleta cada día, y uno de sus compañeros en la Real Academia Española le felicitó por su espíritu deportivo y su envidiable estado de forma. –¿Vas mucho al gimnasio?–; –no, hombre, es que a mí lo de la bici me apasiona desde que era un niño–.
Pero estas invenciones no conllevan riesgos excesivos. El único, una cena de homenaje inmerecido. Escribí del gran penalista José María Stampa que era un enamorado de una ciudad ibicenca y su mejor embajador. Tan falso era su enamoramiento como verdadero que no había estado jamás en aquella localidad. Y fue nombrado, con todos los honores, «Hijo Adoptivo», emocionando a todos los lugareños con su vibrante discurso, y muy especialmente a la alcaldesa, que en la cena posterior al institucional acto le confesó «lo mucho que había sudado de la emoción».
Lo divertido de una falsedad termina cuando se pone en peligro la seriedad del Estado. Insisto en la voz «Estado», porque España está por encima, sobrevuela la organización estatal. El Estado administra – y muy mal–, a España, y ahí están los políticos, los poderosos, los ambiciosos y los miembros de instituciones fundamentales. Cuando un mentiroso pone en jaque a todos ellos, el ridículo resulta demoledor. Y es lo que hoy sucede. Que un joven de veinte años, megalomaníaco y manipulador compulsivo, ha demostrado hasta dónde se puede llegar mediante la osadía. Y para ello, además de osado, mentiroso, hábil y convincente, hay que tener padrinos. No quiero decir con esto que los engañados sean responsables de los delirios de grandeza y los mejunjes económicos del engañador, pero es inimaginable que un elefante irrumpa en una cacharrería en la que no hay cacharros, y rompa los cacharros. No son mocuelo de pavo ni cuesco de colibrí los que han picado en el anzuelo del joven ambicioso. Ha conseguido que el Partido Popular, el CNI y hasta la Casa Real emitan comunicados negando su vinculación con el púber fantasmón. Se anuncian hasta querellas, y comienzan a ver la luz historias de chantajes y amenazas. Semanas atrás elogié su osadía e imaginación, pero los siguientes capítulos de la historia me obligan a ser más prudente y preventivo.
Corre por el Foro el rumor de que un importante grupo periodístico le ha ofrecido 600.000 euros por su disposición exclusiva, y que se lo está pensando para plantear una contraoferta aún más sustanciosa. Todo es posible en la viña del Señor, y más aún, si la viña es la nuestra. Se aventuran nombres de engañados de escándalo clamoroso. Este Nicolás que no se llama Nicolás ha logrado su objetivo. Ser famoso y que se hable de él. Más complicado se adivina que pueda disfrutar de su fama y popularidad si la Justicia encuentra motivos para que así sea.
Pero que hay padrinos, haylos.
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