Marta Robles

Defraudadores

La Razón
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Hay personas especialistas en defraudar a sus congéneres. Vienen así de fábrica y son incapaces de no engañar a los demás. Un caso de libro es el del famoso Paco Sanz, ya saben «el hombre de los dos mil tumores». El mismo que se burló de la buena fe de todo un país a costa de su presunta enfermedad y que, encima, se ofreció como instructor de tiro de la Policía local sin tener la titulación correspondiente... En el engañar todo es empezar. Se «toman prestadas» un par de chucherías en un panadería en la niñez y se acaba llevando el patrimonio completo a un paraíso fiscal, en cuestión de unos cuantos años y unos pocos saltos de conciencia. El caso de Paco Sanz es paradigmático, pero no único en su especie (ahí está el de Nadia); de hecho no anda fuera de los cánones que describe la picaresca española y que, al parecer, se adjudican al ADN de nuestra tierra. Ese buscarse la vida como sea, enredando y mintiendo al de al lado, es una constante entre nosotros, comúnmente aceptada hasta que pasa a mayores. Es decir, no nos hace ninguna gracia el político corrupto que se lleva los dineros a casa en bolsas de basura; pero que alguien le traiga a los niños los cuadernos con el eslogan de la empresa, no nos resulta tan terrible. Y, al final, el fraude empieza en lo minúsculo y el que se apropia de una colonia de cortesía de un baño se va volviendo capaz, tacita a tacita, de quitarle lo que sea al de enfrente con tanta habilidad como para que, a veces, ni se dé cuenta.