Alfonso Ussía
Dejen de molestar
P asear por los campos de Sierra Morena de un amigo insuperable es un permanente anuncio de sorpresa. Unos días de sol y la piel de la tierra compitiendo entre las dehesas movidas de las encinas, en verdes y violetas. Descartadas las apariciones del Trempanillo, Curro Jiménez y El Pernales. En un momento dado, entre un denso madroñal del gran altozano creí distinguir al ministro Montoro contando árboles. Creo que está contemplado en la reforma de la ley fiscal. Se pagarán más impuestos en las dehesas centenarias, sencillamente. Lagos y charcas visitados por patos, garzas y cormoranes. Los cormoranes cotizan.
Los venados ya desmochados, tímidos y recelosos. Muflones y el permanente, ya en la atardecida, concierto de gruñidos de los jabalíes. De golpe, en Sierra Morena se alivian las encinas, los abedules, madroños, y permiten que se abran verdísimos alcores, claros que iluminan las cumbres y los peligros de los barrancos. Sierra Morena lo es todo. Desde la agonía de La Mancha en la venta de Cárdenas hasta los primeros pasos de la sierra cordobesa, Quebradas y eucaliptales del duque de Wetsminster, y las maravillas del Horcajuelo, de Nava el Sach, de Lugar Nuevo.
Sus primeros perfiles se adivinan desde Peñalajo, Mudela y los predios de Calatrava. Navas de Tolosa. Por ahí bajaban los bandoleros románticos de Fernando Villalón, el poeta de las marismas del Guadalquivir que se enamoró de las atalayas de Andalucía. Si no es verdad está bien contado. Cuentan que las tropas de Napoleón, superado el primer púlpito de La Carolina y ante la inmensidad del primer paisaje de Andalucía, presentaron armas en honor a su belleza.
Pero vuelvo a mi sierra, con Luis, Emilio, Paco Pepe... Espárragos de piedra, los más bravos y sabrosos. Y de vuelta a la casa, un grupo inesperado. Muchos de ellos vieron pasar a la banda de Tragabuches, cuando eran considerados alimañas por la necedad de los hombres. «Remolino en el camino/ siete mandoleros bajan/ de los alcores del Viso/ con sus hembras a sus ancas./Catites, rojos pañuelos,/patillas de boca de hacha,/ellas, navaja en la liga,/ ellos, la faca en la faja/ por los alcores del Viso, siete bandoleros bajan./Siete caballos caretos,/siete retacos de plata,/ siete chupas de caireles, siete mantas jerezanas/ siete pensamientos puestos/ en siete locuras blancas./ Tragabuches, Juan Repiso,/Satanás y Malafacha/ José Candio y el Cencerro,/ y el capitán Luis de Vargas./ Siete caballos caretos/ los siete niños llevaban». Ay, Villalón, el poeta popular y tardío, marqués de Miraflores de los Ángeles, ganadero arruinado, quiromántico, brujo, amigo de Pernales e hijo de Maestrante de Sevilla. Andalucía en su corpachón de mayoral señorito, que entraba en el recibidor de su casa a lomos de su castaño preferido.
Ellos los vieron. Pero han cambiado los tiempos. Y así que alcanzábamos la casa en las dehesas, junto a los patos y los cormoranes, los arroyos tronantes, vimos un grupo de aquellas alimañas jugando y remoloneando sobre el manto verde entre las encinas. Linces. Jamás había visto linces libres en la naturaleza. Uno de ellos llevaba un horrible collar, soga de ahorcado permanente. Los demás habían nacidos libres y abiertos. Y no huyeron. Saben ya que no son alimañas, sino tesoros. Y es más, el más arrogante de ellos, pasados unos minutos, nos miró fijamente, como diciendo: «Esto ha cambiado mucho. Está bien que nos admiréis. Pero sin insistencia. Vosotros a vuestras casas y nosotros a nuestros campos. Mejor así. Y así para siempre».
Andalucía.
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