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La Razón
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A veces la historia no se pone de acuerdo con las autorías de sus hechos y sus frases. Demasiados padres y madres, demasiados derechos de autor prostituidos. Pero todo sea por el debate. Algunos aseguran que fue la duquesa de Windsor Wallis Simpson, la mujer por la que Eduardo XVIII renunció al trono de Inglaterra, quien pronunció la famosa frase: «Una mujer nunca es demasiado rica ni está lo suficientemente delgada». Otros la atribuyen a la gran Coco Chanel y los más arriesgados incluso juran sobre la Biblia que fue Zsa Zsa Gabor. Da igual. A estas alturas, lo único que importa es que la frase de marras trascendió la época de las divas de la moda, el cine y la nobleza, y ha creado escuela. Hay veces que ni la autoría ni el contexto importan, las barbaridades son barbaridades las diga quien las diga y donde las diga.

No creo que nadie encuentre hermosos, atractivos ni comerciales los cuerpos famélicos convertidos en un mapamundi de huecos, cincelado a golpe de huesos a punto de romper la piel hasta atravesarla, de los presos de campos de concentración nazis, soviéticos o serbios que nuestra retina ha guardado en la conciencia colectiva. Así que no entiendo cómo los responsables de cualquier industria, especialmente relacionada con la moda y la belleza, se empeñan en mostrar imágenes de modelos con aspecto agónico y moribundo. Curiosamente siempre son hombres los que capitanean estas empresas, los que deciden estas imágenes y dictan los cánones de belleza, especialmente de la mujer. Absurdo, pero real. La última la ha protagonizado la firma italiana Gucci, que ha visto cómo el organismo británico que regula la publicidad ha prohibido uno de sus anuncios donde aparecía una mujer delgada, demacrada y con apariencia de enferma terminal. No es la primera que sucede y casi siempre con las firmas de lujo. Es tal la obsesión que algunos, ante la imposibilidad de encontrar un cuerpo lo suficientemente famélico, han usado el Photoshop como bisturí aniquilador de un cuerpo normal y real. Comprendo que para algunos la normalidad esté sobrevalorada, pero de ahí a sobrevalorar lo anormal, va un trecho muy gordo. Pero que muy gordo.