Lucas Haurie

Desafecto

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El comisario Kostas Jaritos, el protagonista de las novelas negras de Petros Márkaris, consulta en un viejo diccionario Dimitrakos las palabras clave de los casos que le toca resolver. El DRAE define desafección como «mala voluntad» y así tituló Amparo Rubiales, la fiel camarada del maltratador condenado Eguiguren, la charleta que endosó antier a unos incautos: «La desafección de la política», es decir, la mala voluntad de la política. No fue mera burricie o psicoanalítico acto fallido, ni hablaba a humo de pajas (iba a escribir «a tontas y a locas» pero no tenía nada que ver con el feminismo): de eso saben mucho la presidenta del PSOE regional y sus conmilitones, más para escribir un libro o impartir un curso de 800 horas que para una simple conferencia. Por ejemplo, para emputecer el ambiente del partido con puyas a Óscar López hay que ser catedrático en mala voluntad, profesor emérito en pésimas artes y maestro en aviesas intenciones. El secretario de Organización, por orden de Rubalcaba, ha formado un lío en Ponferrada; pero ella y la ejecutiva autonómica (y el ejecutivo autonómico) avivan ese debate amortizado para desviar el foco de la X de los ERE, del autor intelectual de una trama de corrupción mediante la que se han evaporado mil millones de euros. Alrededor de cincuenta Bárcenas, para que nos entendamos. Con semejante desafección en la política es perfectamente explicable el desapego o desafecto que sienten los ciudadanos por los políticos. A algún pariente de ésta, por cierto, le salpica el lodo de Invercaria. Haría bien en taparse.