Alfonso Ussía
Desajuste de agenda
Un año más, y van... no podré estar presente en los días más multicolores y tronchantes de la celebración gay. Me dirán homófobo. Todo lo contrario. El problema es la agenda. El jueves, disputo en Osorno, en plena comarca de La Valdavia, límite palentino-burgalés, el campeonato de Europa de canicas sobre asfalto. Llevo semanas entrenándome y nada me honraría más que alcanzar un triunfo que me devolviera el prestigio en tan complicado deporte. Hace cuatro años se disputó en Deauville, me puse nervioso, y quedé el decimoséptimo de dieciocho competidores. El viernes me he comprometido a impartir una conferencia seguida de coloquio en Sarracín, Burgos, con el título «Las Canicas Sobre Asfalto, pasado, presente y futuro de su legendaria historia». El sábado, desde Burgos, me trasladaré a Gandía, para formar parte del Jurado del Certamen del «Arroz de Chiringuitos». Como es conocido en toda España, nada me gusta más que comer arroz al sol, con mucho calor y en chiringuito playero, y si es posible con moscas y algunos granos de arena de playa dorando la superficie de la paella. Y el domingo, el día grande de los gays arbitro la final del Torneo de Tenis de Mesa que disputarán las selecciones de San Marino y Mónaco, a celebrar en Montecarlo, con posterior cena presidida por S.A.R el príncipe Alberto, persona de abierta conversación y agudos chascarrillos. Se trata de una cena que no me pierdo por todo el oro del mundo, porque el placer de conversar con un personaje tan simpático no es comparable a ninguno otro. Cuenta fenomenal en francés el chiste del león, la rana y el cocodrilo.
Por otra parte, creo que ese ambiente ha degenerado bastante. La vieja elegancia de la homosexualidad se ha perdido. Lo dijo Luis Escobar, aquel genio, cuando le preguntaron si pensaba asistir a los actos del Orgullo Gay. «Ni hablar, bajo ningún concepto. Son muy ordinarios y ridículos. Yo soy un marica de los de toda la vida». Este año, además, se ha cometido una repugnante acción que insulta a una mayoría aplastante de los españoles, sean creyentes o no. Un nutrido grupo de mariconas –así se llaman entre ellos– del sexo masculino, se reunió ante una surtida oferta de crucifijos para tapar sus mingorrillas con la Cruz. Y eso no es orgullo gay ni mondas lirondas. Eso es una canallada, una grosería, un acto de desprecio hacia los cristianos y una profanación del símbolo sagrado por excelencia. Por supuesto que se taparon sus lapiceros con la Cruz, no con ejemplares del Corán, porque los mahometanos no admiten ese tipo de insultos a su religión, y son muy malos, malotes, con los que se atreven a herir sus sentimientos religiosos. De haberse atrevido a hacerlo en la puerta de una mezquita, los nauseabundos se habrían quedado sin mingorrillas y lapiceros, que menudos son los alfanges cuando se usan para cortar dátiles y fuchingas.
Centenares de millones de euros se va a gastar el Ayuntamiento de Madrid para que los gays naturales del foro, los residentes, y los visitantes se vayan contentis, contentis. Aquella elegancia intelectual de los antiguos homosexuales, orientada en muchos de ellos hacia las artes y la literatura, se ha perdido para siempre. Lo mejor se queda en casa y lo peor se reúne. –Ay, don Jacinto–, le dijo Estrellita Castro a Benavente. –Qué alegría conocerlo, porque mi hermano, la persona a la que más quiero en este mundo, es como usted-. -¿Escritor?, preguntó Benavente. –No don Jacinto, maricón-.
Eran, claramente, otros tiempos.
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