Cástor Díaz Barrado

Desolación

Lo que ha sucedido en Filipinas es de una magnitud inimaginable. La desolación y el dolor se han asentado en algunas de las islas que conforman este país y todos hemos observado atónitos la cara de la devastación. Son muchos quienes se han visto afectados por este tifón y son muchas las consecuencias de una fuerza natural capaz de sembrar el pánico de manera generalizada. Es verdad que hay algo de inevitable en este tipo de situaciones y que la naturaleza se impone, en ocasiones, a los designios de los hombres. Aunque, con menor intensidad en sus consecuencias, también la isla italiana de Cerdeña se ha visto afectada por el ciclón «Cleopatra» que ha dejado a su paso imágenes desoladoras. La naturaleza no tiene límites y no distingue entre países y sólo la capacidad de respuesta es lo que puede asegurar, quizá, que los daños que producen los desastres naturales sean de mayor o menor consideración. Pero estos desastres son una realidad que no podemos ocultar y a los que debemos hacer frente. La comunidad internacional no puede permanecer impasible ante estas situaciones. A quienes han sobrevivido a la catástrofe de Filipinas les espera un futuro incierto y tendrán que superar, con seguridad, muchas dificultades. Cerdeña entierra con dolor a quienes han muerto por la fuerza del ciclón y guardará en su mente, durante mucho tiempo, lo que ha sucedido. Los desastres naturales nos recuerdan que formamos parte de la humanidad y que debemos actuar conjuntamente. La respuesta rápida, y con generosidad, pone en evidencia quiénes gozan de verdad de sensibilidad y quiénes aseguran y afirman, con hechos, que la humanidad no les es, en modo alguno, indiferente. A veces, comprendemos que no todo es descarnado en la sociedad internacional y que habitan en su seno algunas dosis de solidaridad. La actitud de los Estados Unidos en el caso de Filipinas se ha situado en esta línea poniendo a disposición de las autoridades del archipiélago el Centro de Mando del Pacífico para llevar a cabo labores de rescate y transporte. También reaccionaron con rapidez las Naciones Unidas y la Unión Europea. En el caso de Cerdeña no ha sido precisa una ayuda internacional de tanto calado. Nadie podrá consolar a las víctimas y, en gran medida, son irreparables los daños que han causado y causan estos y otros desastres naturales, pero, entre la desolación y la devastación, es posible advertir, a veces, una luz: algunos actores de la sociedad internacional no actúan, siempre, sólo en función de sus intereses.