José Antonio Álvarez Gundín

Despilfarro exterior

La afición más extendida entre los políticos autonómicos es viajar al extranjero para «vender» las bondades de su comunidad. París, Londres, Colombia o Cuba son destinos bastante frecuentados, pero la palma se la lleva Nueva York. Hasta hace muy poco, no había presidente, consejero o macero territorial que no quisiera llevar hasta Manhattan las maravillas de la región, de cuyo conocimiento habían sido privados los neoyorquinos desde el año del Descubrimiento. Las embajadas solían seguir un mismo patrón, ya fuera para demostrar que Cataluña no es España, ya para vender el pimiento murciano o la «cultura» andaluza: desembarcaba el preboste con un nutrido séquito de cargos oficiales, sus señoras esposas, jefes de protocolo y media docena de periodistas; contrataban los servicios de una agencia local, la más cara por lo general, para que invitara a todo «NY and Washington»; alquilaban el salón noble de un gran hotel y lo llenaban de... cargos oficiales, alguna esposa, todos los periodistas, un par de corresponsales y un becario del «Times». Aunque el auditorio no pareciera muy americano, el discurso del presidente era igual de inflamado que si lo pronunciara en el Capitolio. Y tras brindar por la multiplicación de las inversiones y distribuir el regalo de cortesía, la gloriosa embajada se disolvía con toda su fanfarria camino de las tiendas de la Quinta Avenida. Al día siguiente, los periódicos de la comunidad daban cumplida información del acontecimiento bajo un título que ya es todo un género: «Nuestra comunidad conquista Nueva York». Ayer se supo que en los últimos cinco años los gobiernos autonómicos realizaron 931 viajes internacionales, frente a los 718 del Gobierno de España. El despilfarro es tan insensato que o se pone coto con una ley estatal o sino es preferible que los viajes sean sólo de ida.