José Luis Alvite

Diagnóstico

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Es usted un médico de 500 dólares la hora, de modo que no aceptaré que me diagnostique una tontería», le dijo aquel matón al doctor Arnold McPherson, especialista en patologías sin remedio. Sus pacientes presumían de haber desarrollado cualquiera de aquellas enfermedades que les costaban al mismo tiempo la ilusión, la fortuna y la vida, hasta el punto de que en los cotilleos del Village sobre aquella eminencia médica la muerte se consideraba vida social. En una entrevista concedida al «Clarion» confesó el doctor McPherson: «Mis pacientes esperan de mí las peores noticias. No admiten que un médico de mi prestigio les diagnosticase cualquier bisutería. Mi rostro sombrío les infunde una mezcla de miedo, admiración y respeto. Procuro no decepcionar nunca a mis pacientes. Jamás aceptarían que un catarro o una tuberculosis les saliese tan cara. Para esas señoras enjoyadas, algo así sería como comprar un abrelatas en Tiffany`s. Un famoso gangster del otro lado del río me encañó y me obligó a decirle que tenía una enfermedad tan grave que si no se daba prisa en volver a casa se encontraría viuda a su esposa». NO es mi caso. En mi visita a la consulta del Dr. T. no conseguí salir de dudas y habré de esperar a que la sanidad pública me diga si moriré seis farmacias más allá o tendré el tiempo justo de cepillar los dientes con una blasfemia y atarme los cordones de los zapatos para no ir descalzo al cementerio. No me hago ilusiones, el rostro vagamente sombrío del Dr. T. me ha servido para recordar que en los peores momentos de mi vida siempre apareció a mi lado una de esas mujeres solitarias y atractivas que se vuelcan en ti gracias a haberte confundido con alguien recién salido de la consulta de Arnold McPherson con un diagnóstico escrito sin ojos con esa letra tan enrevesada que ni siquiera la muerte puede leerla sin gafas.