Elecciones generales

¿Dialéctica o linchamiento?

La Razón
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Todo debate político civilizado, en el que la controversia no derive en linchamiento premeditado del adversario, debería ser componente esencial de una campaña electoral. Es verdad que, en principio, es mucho más manejable y esclarecedor, cuando rige el bipartidismo, el mano a mano entre el candidato del Gobierno y el de la oposición. Pero esa circunstancia dialéctica –populares frente a socialistas– ya no está clara en España. Hay nuevas fuerzas que aspiran, y en parte ya han conseguido, romper ese modelo, que viene rigiendo, con buena fortuna, desde la llegada de la democracia. Es normal que los nuevos partidos aspiren con razón a participar en la mesa de la controversia. Esto tiene algunos inconvenientes.

Existe el riesgo de que, en vez de aportar claridad, el debate a cuatro contribuya a aumentar la confusión entre el electorado, un electorado, después de cuatro meses de discusiones, cansado e incluso irritado con estos dirigentes. Su exposición pública no va a ser recibida por muchos como agua de mayo. Hay otros partidos menores que quedarían excluidos y minimizados. Y conociendo las intenciones de Sánchez, Iglesias y Rivera de acabar con Rajoy, vetado para pactos, pero no para debates, es natural que éste se resista a meterse en la boca del lobo. Sólo si obtiene garantías de que el debate no va a derivar en un linchamiento personal «coram populo», se animará previsiblemente a participar en él. Sabe que, si deja la silla vacía, lo van a linchar con toda seguridad. Así que, haga lo que haga, tiene mala escapatoria. Por si sirve de algo, recojo aquí lo que dijo Adolfo Suárez en su mensaje a la nación después de jurar como presidente del Gobierno: «El diálogo a rostro descubierto es el único instrumento de convivencia». Pero tiene que ser diálogo, no emboscada.