Alfonso Ussía
Doña Concha
Como me gusta escribir pegado a la actualidad, me dispongo a hacerlo de doña Concha Piquer. Se habló mucho de su baúl, que forma parte del mito. Los receptáculos más famosos y resistentes de la historia de la humanidad han sido el Arca de Noé, el baúl de doña Concha y el ataúd de Chávez, que se mantuvo intacto después de peregrinar por toda Venezuela, selva del Orinoco incluida.
Sólo en una ocasión en mi vida coincidí y saludé a doña Concha. Se trataba de un premio que le daban a Antonio Mingote. Esos premios que al llegar a casa se depositan en el armario de los premios atroces. Presentaba el acto José Domingo Castaño, que es un gran periodista de la radio, además de simpático y educado. Pepe Domingo nombró a los asistentes más o menos distinguidos por la fama, y se olvidó mencionar a doña Concha Piquer.
¡Qué furia! Jamás he tenido en mi cercanía un temperamento de mujer tan estallado. Y todo por un despiste que sacudió una vanidad que no respondía a la lógica.
Cuando dispongo de unas horas de libertad, me pierdo en las librerías de viejo. Y en una de ellas me he encontrado con un ejemplar curioso. Un cuaderno con tapas de cartón y lomo entelado con una etiqueta pegada en su cubierta anterior. En la etiqueta se lee: «Conchita Piquer. Préstamos. Temporada 1942/1943». El libro de préstamos que doña Concha concedía a los componentes de su compañía. Éstos sí que podrían llamarse «tiempos de tribulación y necesidad». Y también de cumplimiento, porque casi todos los subalternos de doña Concha terminaron pagando religiosamente sus deudas con la cantante triunfadora.
Doña Concha prestaba a la firma del contrato y descontaba el crédito de semana en semana. Amalia de Isaura le pidió cien pesetas para un billete en «Cama Exprés». Eladio Cuevas necesitó de catorce semanas para liquidar su deuda de 1.700 pesetas. El gran Manuel Ortega «Caracol», al que de joven con acné conocí en el viejo «Gitanillos» de la calle Hermanos de Luzón, cumplió su préstamo a la firma del contrato de 1.500 pesetas en ocho semanas. «Caracol» fue uno de los grandes, y volvió loca a Lola Flores. Tenía un empaque de gitano altivo, la voz ronca y quebrada, y según los entendidos, fue un «monstruo». Era simpático y amable, y no califico su nivel artístico porque el flamenco me aburre una barbaridad. No lo entiendo. Demasiado largo. Nunca se acaba, como el «Sitio de Zaragoza» o según la hija de unos nuevos millonarios «más largo que un día sin caviar».
Los contratos eran todos por temporada. Melchor Jiménez de Marchena, 1.000 pelas; Manuel Coronado, 1.500, que devolvió en veinte semanas. Regla Márquez Ortega necesitó 23 pesetas para viajar a Madrid por una urgencia familiar. «Laberinto» le dejó a doña Concha un pufo de 200 pesetas. A Tomás Fernández «Chaqueta», que era de los que menos cobraban –363 pesetas–, le prestó 150 para hacerse unos pantalones negros. Doña Concha no pagaba el vestuario, como se deduce por el préstamo al pobre «Chaqueta». Y Manuel Codeso –que más tarde triunfaría plenamente en el genero revistero– tenía un contrato de 200 pesetas, cuyo préstamo liquidó en ocho semanas con aportaciones de cincuenta pesetas.
Y muchos más, aunque sólo «Laberinto» consiguió largarse de la compañía con anterioridad al pago de su deuda. Como apreciarán los lectores, mi artículo de hoy se ciñe a la actualidad. Doña Concha era la Merkel, sus subalternos, los países decentes que devuelven lo que perciben, y «Laberinto», el griego del grupo.
La vida es una noria en todos sus aspectos.
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