Fernando Vilches
Dueto
Pocas palabras muestran tanto vigor de uso en los medios de comunicación actuales como el verbo «imputar» y su participio «imputado». Tal alcance no pudo imaginarlo el poeta latino Horacio cuando escribió la Poética. Las dos palabras provienen del latín «imputare» (atribuir algo a alguien, echárselo en cara). En nuestra lengua cuenta con una rica familia léxica a la que pertenecen, entre otras, las palabras reputación, putativo, diputado, disputar, computar. La moral, la política y la economía andan emparentados hasta en el idioma. Algunos malos brotes léxicos resultan imposibles de podar (también del latín «putare») tanto entonces como ahora.
«Imputado» aparece documentado en el NCDHE de la RAE en 1385 con la acepción de atribuir algo a alguien. Y, aunque el Diccionario de Autoridades de 1734 lo define como «atribuir a otro algún delito, culpa o acción», será lexicógrafo y gramático Vicente Salvá (1846) quien registre sus tres acepciones: la negativa (atribuir un delito a alguien); la positiva y menos usada (atribuir una cosa buena); y la económica (abonar una partida a alguno en su cuenta o deducirla de su débito).
De las tres acepciones solo perviven en el DRAE de 2001 la primera: «atribuir a alguien la responsabilidad de un hecho reprobable» y la última: «señalar la aplicación o inversión de una cantidad, sea al entregarla, sea al tomar razón de ella en cuenta». Pese a ello, reivindico aquí la acepción positiva del término. Pues imputable es a la Fundación Vodafone el mérito de haber patrocinado las III Seminario de Comunicación Social y Accesibilidad celebrado en la URJC la semana pasada. Por su sensibilidad social y atención a la discapacidad. A otros, de cuyo nombre no quiero acordarme, hay que imputarles el demérito de sustraer partidas y, por ello, incriminarlos en la segunda acepción como sinónima de imputar. Es de justicia.
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