Ángela Vallvey

E-robos

Feria del libro de Madrid. Esforzados libreros y editores, autores desconcertados... Todos conscientes de que la industria del libro está padeciendo una auténtica catástrofe. ¿Hay futuro para el libro? ¿Para los trabajadores de esta noble empresa...?

La música ya vivió su hecatombe. Los músicos se reciclaron: hacen conciertos, «bolos»... Pero cuando alguien llama a un escritor, le avisa de que no puede pagarle, «así aprovechas, haces promoción de tu libro...». El escritor acude, agradecido; conferencia, responde preguntas, lo da todo... Firma unos viejos libros editados hace diez años. Ningún ejemplar del nuevo porque «cuesta 17 euros y la gente piensa mucho antes de gastar», dice la señora que lo ha invitado al ayuntamiento que ofrece la charla. Además, teniendo en cuenta que «se lo pueden ''bajar'' todo ''gratis'' de internet...»

Alguien me cuenta que unos amigos de clase finústica le enseñaron ufanos el último libro de Pilar Urbano –tres días antes de salir a la venta–, en formato electrónico. Se lo habían «bajado» de ese limbo que es internet, donde todo está permitido. El lejano Oeste era un parque infantil comparado con internet, que no tiene sheriff que valga. Las empresas de telefonía que venden ADSL no padecen la depredación de los ladrones, al contrario: la posibilidad de robar hace más atractivo su negocio. No se roban libros por necesidad, sino porque hacerlo es más fácil que no hacerlo; incluso quien nunca ha robado no siente pudor al chorizar productos en formato electrónico (películas, libros, música, videojuegos). Los autores –denostados por los saqueadores y quienes consienten o fomentan la masiva rapacería– deberíamos dejar de exprimirnos la testa. No publicar. Cambiar de vida. Poner una mercería en Nigeria, un puesto de helados en el Polo... Reciclarnos, buscar un trabajo remunerado con más futuro que pensar, que crear.

Y que inventen ellos.