Alfonso Merlos
El arrimado
Se tragan el orgullo, ambos. Y habrá pacto, salvo sorpresa. Por cuestiones básicas. La primera, que un voto fragmentado de la extrema izquierda, populista, neocomunista y antisistema recibiría una fuerte penalización con el actual sistema electoral. La segunda, que el descenso demoscópico de Podemos le aleja de aquellos tiempos en los que Iglesias presumía incluso de superar en apoyos ciudadanos al Partido Popular («¡Dejadme, dejadme, que yo solo puedo con Rajoy»!). La tercera, que Izquierda Unida es todavía una fuerza en dificultades pero viva, lejos de la mortaja y la sepultura que Errejón y otros chicos de su quinta pronosticaban mientras preparaban la celebración.
El caso Garzón (apariencia de acuerdo los días pares, de alejamiento los impares) no se entiende sin la tendencia al alza de PP y PSOE, sin el renovado empuje de un bipartidismo claramente beneficiado por los muchos errores que los partidos que venían a atar los perros con longanizas están cometiendo en apenas unos meses de gestión. Y esta rara fiesta no ha hecho sino empezar.
El líder de la coleta y la joven promesa de IU se necesitan. Como el comer. Los egos han pasado a un segundo plano. Aspirar a hacerse con el gobierno de una nación como España es una cosa muy seria. Uno y otro se juegan algo mucho más relevante que su propia supervivencia o su futuro (lo tienen asegurado con su radical clientela).
Tienen al alcance la posibilidad real de sumar sufragios sin desperdiciar ni uno solo, acaparar diputados y, a continuación, intentar llevarse a Pedro Sánchez al catre si les salen los 176 diputados.
La maniobra de este hijo adoptivo de Málaga es un síntoma: una señal de que algo en el nivel estratégico se está gestando. O perpetrando. El cronómetro está en marcha.
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