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José María Aznar

El artífice del milagro español

Ante los grandes liderazgos solemos decir que sólo la historia los juzgará. Sin embargo, la voracidad y velocidad de la crisis, agravada en España por la inconsistencia de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, ha hecho emerger la figura de Aznar sobre tres logros indiscutibles: su brillante gestión económica y social, su clarividencia política al convertir la cultura de las reformas en gestión gubernamental y su afán por reforzar la influencia de España en las escena internacional.

Tres éxitos que sitúan al personaje muy por encima de las injustas y artificiosas críticas con las que sus adversarios han pretendido, y pretenden, desmerecer no ya su gestión, sino su misma figura histórica.

Hoy, cuando la supervivencia del euro está cuestionada, la política de Aznar cobra especial valor: fue una tarea brillante que nos permitió incorporarnos a la moneda única por la puerta grande. Se cumplió con creces el objetivo del déficit, merced a una política que combinó la reducción del gasto con recortes de impuestos y una más que notable creación de empleo. Lo que internacionalmente se denominó «el milagro español».

Nadie que goce de honestidad intelectual puede negar que el periodo 1996-2004 fue el más fructífero en términos de bienestar para los españoles y de prestigio para nuestra economía. El esfuerzo modernizador que impulsó Aznar no admite discusión. La supresión del servicio militar obligatorio o el Plan Hidrológico Nacional, posteriormente derogado por el gobierno socialista, son otras decisiones que acercan más al personaje al perfil de «hombre de Estado» que al de mero presidente de nuestra democracia.

Lejos de continuar por la senda de las reformas que condujeron al milagro español, los ocho años de socialismo posteriores supusieron un freno a la modernización de nuestra economía. El Estado de Bienestar, como demuestra la actual crisis, no es un muelle que se pueda estirar hasta el infinito, sino un complejo y frágil edificio que necesita cimientos muy sólidos y que hay que cuidar todos los días.

Aznar sabía decir que sí y que no; el presidente tenía una capacidad de análisis extraordinaria, se anticipaba a los tiempos y, desde luego, cuando la convicción le acompañaba nunca daba un asunto por perdido. Estas cualidades son las mejores compañeras de viaje de un buen gestor de los asuntos públicos.

Ahora, como en 1996, el Partido Popular tiene la ingente labor de reconducir a España en una situación socioeconómica incluso más complicada. La Presidencia de Aznar no debe ser hoy un recurso melancólico, sino la constatación de que sólo con la verdad, la responsabilidad y las reformas, los pilares de la política de Rajoy, podremos superar las dificultades.

Aznar me suscitará siempre admiración, gratitud y respeto. Estoy seguro de que estos sentimientos son compartidos por millones de españoles.