Alfonso Ussía

El bello durmiente

Dos cuentos se entremezclan en mi melancólica memoria de los ayeres. «La Bella Durmiente del Bosque» y «Blancanieves». No recuerdo el motivo del sopor profundo que dominó a la Bella Durmiente. Sí, en cambio, puedo certificar las causas del desfallecimiento y posterior letargo de Blancanieves, que tanto entristeció a los Siete Enanitos, Gruñón incluido. El caso es que la Reina, celosa de la belleza de Blancanieves, envenenó una manzana, se disfrazó de bruja bondadosa, y sorprendió inesperadamente a la pobre chica, la cual, inocente y cándida, procedió a morder la fruta emponzoñada y quedó tendida en la cocina de la casita del bosque, el hogar de los diminutos mineros. No continúo porque me asalta la emoción y soy de lágrima fácil.

¿Qué historia encaja mejor con el sueño de Tomás Gómez? El invicto dirigente del PSOE madrileño, apoyado por algunos de los diputados autonómicos de su partido, invitó a permanecer en la sede de la Asamblea a diferentes representantes del sector enfadado de la Sanidad en protesta por las medidas del Gobierno regional de Madrid. No es mal sitio para pasar una noche de reivindicativa protesta la sede de la Asamblea. Hay televisores por doquier, confortables salones y toda suerte de comodidades. Me consta que nadie intentó envenenar a Tomás Gómez, por lo que queda definitivamente descartada la coincidencia de su canóniga con la de Blancanieves, que en el caso que nos ocupa, sería Blanconieves, por aquello de su bien demostrada masculinidad.

No resta pues otra opción que la similitud con la tragedia de la Bella Durmiente del Bosque, que, en la historieta que nos ocupa, debe cambiar su identidad por la del Bello Durmiente de Parla. Al principio todo fue bien. El Bello Durmiente de Parla, ahíto de tanta solidaridad y coraje, entró en trance de síncope somnoliento, y después de dar una serie de cabezadas, se sumió definitivamente en la transposición. El resto de los que acompañaban su vigilia, hicieron lo mismo, profundamente. Los pocos que permanecían despiertos aseguran que no llegó a la Asamblea ningún príncipe sobre un caballo blanco ni nadie capaz de besar suavemente los labios del Bello Durmiente de Parla para que éste recuperara la conciencia y su vitalidad. No fue necesario. Poco antes de las 2 de la madrugada, el Bello Durmiente de Parla se despertó, y sigilosamente abandonó el lugar del encierro. Ya en el exterior, entró en su coche oficial y se marchó a su casa para dormir mejor.

Los encerrados echaron de menos al Bello Durmiente de Parla cuando la noche cerrada dio paso a un paisaje de entreluces. Maru Menéndez, que era la princesa elegida para despertar al Bello Durmiente con un dulce ósculo en los labios, disculpó a Gómez ante los sanitarios ahí reunidos. –Ha estado toda la noche trabajando para vuestra causa–. Emoción de muy complicada contención. Poco a poco, según testigos, se fue acercando un coche con los faros encendidos, como establece Tráfico para circular con visibilidad escasa. En ese aspecto, el Bello Durmiente de Parla es un ciudadano ejemplar, y me honra reconocerlo. Faros y velocidad autorizada. Eran las 8:15 de la mañana cuando Tomás Gómez ingresó de nuevo en la sede de la Asamblea de Madrid. Había despertado del sueño ponzoñoso. Y ahí estaba, sonriente, limpio y perfectamente afeitado. Olía a lavanda. Ya lo dijo en el siglo XIX el marqués de Montesol en su libro «Urbanidad y Ejemplo de los Prohombres», obra que recomiendo. «Todo gran prohombre tiene/ la obligación de cuidar/ con mucho esmero su higiene». Y aquí termina el hermoso relato que narra la noche del Bello Durmiente de Parla. Me pinchan y no sangro.