Parlamento vasco
El camino de vuelta
Cuando los nacionalistas vascos, tras haberse asociado con lo más extremo de su ideología para desarrollar un plan de independencia, emprendieron el camino de retorno hacia el marco constitucional tardaron dos legislaturas en volver a consolidar su hegemonía para gobernar el País Vasco, una en la que perdieron el poder y otra en la que, recuperándolo, estuvieron en un precario equilibrio tanto en el terreno autonómico como, sobre todo, en el ámbito local. Cuando se observa en conjunto todo el proceso –más de una década y media entre la ida y la vuelta– se aprecia que cuanto más se radicalizaba el PNV en el independentismo, la sociedad se iba inclinando mayoritariamente en contra de la secesión y, a su vez, cuando se abandonó aquel proyecto, tras una legislatura de poder socialista, mayor fue la capacidad de los jeltzales para recuperar sus apoyos políticos. Más aún, pasado aquel sarampión que amenazó con arrasarlo todo, entre los vascos se apreció una creciente aversión a las pretensiones de independencia a la vez que una confianza renovada en la capacidad de la derecha nacionalista para gobernar la autonomía.
¿Cómo fue posible ese camino de vuelta? La respuesta a esta cuestión es de mucha enjundia y tal vez no tengamos aún todas las claves del correspondiente proceso. Pero sí hay algunos elementos que pueden destacarse. En primer lugar, Ibarretxe, con su plan, nunca llegó al extremo de la ruptura y, aunque fuera a regañadientes, se mantuvo siempre dentro del marco jurídico estatal. Pudo haber publicado en el Boletín Oficial su «Estatuto Político» y, con ello, haber establecido la independencia de hecho; pero no lo hizo. Y más tarde, acató la resolución del Constitucional que tumbaba su ley de consultas. No hubo ruptura y, por tanto, se mantuvo la posibilidad de encauzar el regreso hacia la institucionalidad por la vía electoral ordinaria. Ésta se concretó, por otra parte, en una pérdida del poder que condujo a Patxi López a la lehendakaritza, eso sí con la generosa y desinteresada ayuda del PP. Digamos que el constitucionalismo –en el que, en aquel momento, todavía estaban los socialistas– tuvo la fuerza momentánea para establecer el paréntesis que sirvió a los moderados del PNV para hacerse con las riendas del partido y, además, para leer los resultados electorales en la clave que conduciría a la recuperación del poder. Y señalemos adicionalmente que, entre los vascos, siempre hubo quienes, tanto en la derecha como en la izquierda, se opusieron públicamente a la secesión, aun a pesar de la amenaza de ETA, sosteniendo así el vínculo ideológico e histórico que une a Euskadi con España, al que pudieron adherirse sin deshonra extensas capas de la población.
Cuando observamos la realidad catalana actual, casi nada de esto parece existir. Los nacionalistas se aprestan a la ruptura. El constitucionalismo se muestra dividido, maltrecho y carente de un ala izquierda. Y el civismo militante es sólo incipiente. Tal vez, por ello, no haya un camino de vuelta dentro de la normalidad institucional.
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