Pedro Narváez
El crimen de Cuenca
Que pregunten en la ciudad de Cuenca cómo sienta que las leyes contemplen ya la prisión permanente revisable, eso que parece una barbaridad para la izquierda que ha tomado partido más por los verdugos, que merecen muchas oportunidades para recapacitar sobre su crimen, que por las víctimas, que nunca fueron consultadas democráticamente por su destino. Se suceden las concentraciones con absurdos minutos de silencio y frases por las que los difuntos sentirían vergüenza ajena. En las pozas del río Huécar yacían los cuerpos de las dos jóvenes mientras del cielo caía una lluvia de estrellas viejas y desahuciadas. Pero hoy la Justicia poética está en la Ley. El presunto asesino preparó a conciencia la barbarie. Si es así merece que la cárcel sea su última morada sin que a los demás nos enganchen a un remordimiento de conciencia, como una mochila de culpa compartida. Perdonen. Ninguno de nuestros actos ha empujado a un entierro en cal viva. La ambigüedad moral de los asesinatos está bien para las películas y las series de televisión en las que personajes atormentados se convierten en nuestros héroes haciéndonos descubrir hasta dónde somos capaces de sentir empatía por un monstruo, pero la vida es un entero plano secuencia a la que si se le añade el montaje pierde el norte, el sentido y la perspectiva. Si cuando despertamos no hay buenos y malos es que la pesadilla no ha terminado.
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