M. Hernández Sánchez-Barba
El criollo americano
Una apreciante necesidad, que todavía está pendiente de solución en el campo de la investigación histórico-cultural del mundo americano de cultura española, radica, a mi entender, en la arquitectura de un esquema intelectual del cambio, capaz de borrar el hierático perfil heredado del empirismo historiográfico francés, según el cual el tránsito de la época barroca a la ideología revolucionaria del siglo XVIII ocurre como un salto brusco que lleva desde la «oscuridad inocua de los siglos coloniales», al esplendor brillante de las «nuevas ideas francesas». Hoy se impone un sentido más acorde con la realidad, en cuya virtud se define la sociedad hispanoamericana del siglo XVIII, como una de las regiones del gran espacio intelectual de Occidente, en la que cristaliza la comprensión de la realidad como una función de los caracteres alcanzados en los procesos culturales propios del siglo XVIII, tanto en la consideración del Siglo de Oro de la literatura española cuanto en las estructuras propias del Barroco criollo virreinal hispanoamericano, pues es el propio sistema cultural nativo y su orientación hacia la convivencia religiosa y literaria mediante cuyas estructuras objetivas la interacción y la intercomunicación social intimativa adquirió mayor nitidez y consistencia. Es decir, la idea de que, en la propia región, se encuentran los factores germinativos de una actitud de novedad, madurez y crítica. Hoy es absolutamente insostenible la idea, según la cual, los viajes a Europa de algunos criollos suramericanos les permitió acceder a una cultura nueva que, a su vez, les hizo adquirir una ideología nueva, llevando al mundo americano el germen de la Ilustración. Por el contrario, en la elaboración de las estructuras del siglo de la Ilustración, resulta fundamental y decisivo el mundo de ideas creadas por la sensibilidad criolla del siglo XVII, en virtud de las dos grandes corrientes del humanismo universitario español, mexicano y peruano.
El mundo cultural hispanoamericano del siglo XVIII, centrando el objetivo crítico en el área cultural propiamente hispánico, ofrece dos vertientes de radical importancia que deben ser diferenciadas con mucha precisión: en primer término, todo cuanto suponga una nueva actitud estatista respecto a los territorios y sociedades americanos, de modo especial en cuanto a la reestructuración interna de las sociedades, es decir, demografía, familia, trabajo, propiedad, productividad, administración; también y, muy particularmente, en cuanto hace referencia a supuestos renovadores de adecuación a una nueva situación internacional de disimetría revolucionaria en el orden estratégico. La segunda vertiente implica una posición independiente en pleno siglo XVIII, que sólo puede explicarse como consecuencia de un proceso cultural de maduración interna de la sociedad hispanoamericana. En tal proceso, lo literario juega un papel esencial que sólo puede comprenderse en la perspectiva del conjunto histórico. Puede definirse el mecanismo que posibilita la dimensión política de la experiencia literaria como una tensión en conflicto entre independencia-dependencia que, desde el núcleo criollo, se manifiesta como una personalidad-coherencia comunitaria orientada, por consiguiente, hacia el futuro que había cobrado fuerza sobre la mentalidad criolla, desde el foco de las Universidades por el humanismo jesuítico, en la sensibilidad telúrica y tras la expulsión, desde la crítica racionalista ilustrada, desde el exilio europeo. La importancia de tal formulación que puede considerarse un neoclasicismo jesuita en cuyo seno surgió en la América Española el pensamiento revolucionario, mediante la puesta en valor de una experiencia humanística de valores.
Así pues, durante su proceso, la literatura hispanoamericano plantea y desarrolla un ideal político de futuro, sin rasgos utópicos, cuya importancia radica en el poderoso tinte político que impregnó, en adelante, a la literatura hispanoamericana y que se manifiesta en cuatro tendencias: la que conduce desde la sensibilidad barroca a la del racionalismo crítico; en segundo lugar, a la polémica del Nuevo Mundo y el hombre americano; en inmediato lugar, la intensa tendencia que conduce a la búsqueda de una libertad de expresión propia; por último, un fenómeno de gran importancia: la absorción por el clero hispanoamericano de dos contradictorias instancias ideológicas, representadas por el liberalismo y el misoneísmo. El clero juega una función de excepcional importancia en los procesos de innovación, sin rupturas suicidas con el pasado que hubiesen conducido a un precipicio ideológico de evidente peligro social.
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