Julián Redondo

El dardo en el balón

Carlo Ancelotti no es de buscar pleitos ni broncas, no se le conoce esa desviación; es más de explotar las debilidades del adversario con las virtudes de su equipo. Para Ancelotti, el dardo es el balón –con permiso del siempre recordado don Fernando Lázaro Carreter–; no compite con la palabra y huye de los campos de batalla más allá de las verdes praderas. No se le conoce «eladio» que le escriba y dista de ser un aprendiz o émulo de Torquemada; ni siquiera se siente «Special»; atiende por Carlo, Ancelotti o «Carletto». Con él, la paz ha retornado a Valdebebas, donde trabaja desde ayer con algunos de sus nuevos pupilos. Si a partir de ahora su portero es Diego López, será por motivos estrictamente profesionales y Casillas tendrá que espabilar. Y si opta por Casillas, la elección no será la escenificación de una tregua innecesaria sino el regreso a la normalidad.

El autobombo y Ancelotti son incompatibles, ni siquiera alardea de lo que tiene: una glamourosa apariencia de éxito con las mujeres. Tuvo dos hijos con Luisa; pasó unos años con Marina y su pareja actual es Marian. Sus conquistas en el fútbol se reflejan en los resultados; y lo demás, filfa. Es decir, si manejas una plantilla valorada en más de 500 millones de euros y quedas segundo en la Liga, semifinalista en la «Champions» y subcampeón en la Copa es que la has... pifiado. No eres tan bueno ni tan «Special» si en lugar de salir en los papeles levantando trofeos apareces en las fotos con la lengua retorcida y el colmillo supurando veneno. En ese caso eres más malo que bueno. Por todo ello, estoy por apostar a que Ancelotti jamás antepondrá su tercera Liga de Campeones a la Décima del Madrid.