Agustín de Grado

El dilema

Zapatero descubrió aquellos 600 días de vértigo narrados en sus memorias que tras la retórica siempre emerge la realidad. Cruda e inapelable. Funcionando al margen de los deseos, por bienintencionados que sean. Por prometer, uno puede prometer la luna, pero generará frustración colectiva cuando se demuestre la imposibilidad de conseguirlo. Lo deseable y lo posible. El eterno dilema de la acción política responsable. A veces, sin camino intermedio, como Zapatero aquel 12 de mayo: «O recortabas, o podías alimentar la espiral de la falta de solvencia».

Quebrado Zapatero por un golpe de realismo, Francia aupó a Hollande. «La gran esperanza de la izquierda europea», dijo Rubalcaba. Demostraría que una salida socialdemócrata a la crisis era posible. Hoy está hundido en las encuestas y tiene a Francia con todas las alertas en rojo por su resistencia a contradecirse y liberar una economía ocupada por el Estado. El fracaso de Hollande es del PSOE, con o sin la «ola de cambio» de Susana Díaz. El de una socialdemocracia inmadura para encarar la realidad sin el infantilismo que la incapacita para entender lo evidente: que no habrá Estado del Bienestar alguno si no generamos la riqueza suficiente para financiarlo. Ya podemos proclamar como derechos todas las necesidades que saquemos a subasta en el bazar populista de la democracia pervertida. Serán papel mojado.

Ofrecer un bienestar mayor del que podemos pagar es demagogia tóxica. El espejismo que nos trajo hasta aquí. Por eso sorprende que en la compleja tarea de recuperar el crecimiento, mientras unos arriesgan su capital político con reformas tan necesarias como impopulares –hoy Rajoy, ayer el Zapatero de 2010–, otros sólo obstaculicen caminos transitados con normalidad por la socialdemocracia en Alemania, Suecia, Holanda...