Crítica
El dilema de Plácido
Es una constante a lo largo de la historia: ¿Me retiro o sigo? ¿Estoy en condiciones de continuar? ¿Cuándo sería el mejor momento para irme? Las respuestas han sido variadas: Garbo hizo mutis por el foro, una Hep-burn aguantó hasta el final mientras que otra se fue y volvió. Lo mismo que sucede con los toreros. Y como Manolete, hay quien también muere en el coso, así el barítono Leonard Warren, cantando «Morir, tremenda cosa» de «La fuerza del destino» en plena representación, o al tenor Richard Tucker durante un ensayo. La respuesta es tan difícil que hasta se rompe con el amigo que la sugiere. Personalmente me ha pasado con una de las sopranos españolas que están ya en los anales. Le incomodó mi consejo.
Plácido es un tenor que ya no puede cantar de tenor porque su registro agudo no se lo permite más que en contados papeles con ayuda de la transportación tonal. Kraus abandonó «Puritani» cuando ya no podía respetar la tonalidad original. Pero el centro de la voz de Plácido sigue siendo de oro y permanecen todas las demás cualidades que han hecho de él, si no el mejor tenor del siglo, como exageran los ingleses, sí desde luego uno entre la media docena de referencia. Además, Plácido ama su profesión, ama los escenarios y... tiene muchas bocas que alimentar. Su propósito de abrirse camino como director de orquesta está más limitado de lo que pensaba. No es una gran batuta y lo sabe. Y que la mayor parte de los contratos que firma como director lo hace mientras a la vez canta y mientras a la vez cante, que son dos cosas diferentes, y así ha descubierto que su presencia sobre los escenarios puede alargarse con papeles de barítono.
Pero un barítono nunca ha sido un tenor sin agudos. Rigoletto, Macbeth, Boccanegra, Foscari, Nabucco, Germont o el conde de Luna no sólo están escritos con un registro vocal específico, sino también con un color. ¿Quién sería tenor y quién barítono si Domingo hace Luna y Kaufmann, Manrico? Puede ser que Plácido tenga casi todas las notas, pero nunca tendrá el color, porque él no es un barítono. Que no lo sea, pero cante de barítono, no sólo le afecta a él, sino a la globalidad de una representación porque, por ejemplo, en un trío verdiano entre padre o el personaje malvado (barítono, caso de Rigoletto o Luna), la hija o mujer deseada (soprano, caso de Gilda o Leonor) y el amante de ésta (tenor, caso del duque o Manrico) se precisan los contrastes vocales, imposibles con dos tenores, como es el caso interviniendo Plácido. ¿Palian esto las otras virtudes de Plácido? Esta es la respuesta que él y el público se deben dar.
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