Restringido

El efecto rebote

Arriola, el augur de Rajoy, confía en el «efecto rebote». Cree que, tras el castigo cantado que han propinado las municipales a los dos partidos mayores, estos recuperarán posiciones de cara a las generales de noviembre, que volverán a reafirmar, aunque con límites algo más estrechos, el modelo bipartidista en España. De la misma opinión es, por lo visto, Zapatero, al que muchos culpan ya abiertamente del desastre socialista que se avecina y de otros desastres. Los primeros sondeos tras los comicios del 24-M parece que lo confirman. El Partido Popular es el que más se recupera y vuelve a tomar ventaja en la cabeza de la tabla. Y los dos partidos emergentes, que parecían dispuestos a comerse el mundo, empiezan a perder posiciones. Muchos votantes tradicionales, tras darse el gusto de satisfacer su cabreo quedándose en casa o usando el voto de castigo, están reconsiderando su decisión al darse cuenta de que lo que está en juego en otoño es el futuro de España. El tejemaneje de los pactos estos días en ayuntamientos y gobiernos regionales está contribuyendo a esa rectificación. Resulta que los nuevos, que no piensan ni pueden gobernar, imponen sus condiciones para dejar gobernar a los que han ganado las elecciones, sin respetar el programa o pacto tácito que han hecho estos con los electores. No estamos, en general, ante pactos de gobierno, en los que tal negociación sería razonable y necesaria, sino ante el simple deber democrático de dejar gobernar, con luz verde en la investidura, al que ha ganado las elecciones y, a continuación, ejercer la oposición responsable. La gente de la calle ve que estos pactos o componendas están cargados de prejuicios ideológicos y oscuros propósitos, que prevalecen sobre la búsqueda del bien común.

Tanto Podemos como Ciudadanos han deslucido ya el atractivo del estreno. De aquí al otoño serán unos componentes más de la clase política establecida. Los dos habrán perdido la inocencia que les queda. Los de Pablo Iglesias tendrán que abandonar el camuflaje y presentarse a cara descubierta como un partido más. Su objetivo de encabezar el conglomerado de izquierdas dependerá en gran manera de la deriva del PSOE en estos meses. En cuanto a Ciudadanos no es extraño que Albert Rivera ande con pies de plomo a la hora de pactar. Su posición es difícil, lo más parecido a la de un equilibrista. Si, apoyándose en condiciones objetivas, apoya en Madrid al PP y en Andalucía al PSOE, le acusarán de oportunista. Si se inclina sistemáticamente por los populares, por razones ideológicas y de programa, le acusarán de ser «la marca blanca» del Partido Popular. Y si, presionado por determinados medios interesados, lo hace por el PSOE, producirá en su seno una grave quiebra de votos, un desgarro próximo al desastre. Sin ir más lejos, no pocos de los 600.000 votos prestados por el PP el 24-M regresarán, desencantados, a Rajoy en noviembre. Parece que el «efecto rebote» ya ha comenzado.