José María Marco

El auge del populismo reduce el centro político

La Razón
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Con la entrada del partido Vox en el Parlamento andaluz se abre lo que promete ser una nueva etapa en la vida política española. Por lo pronto, esta etapa puede caracterizarse por una larga estancia de la izquierda (con los nacionalistas, para ser exactos) en el poder, incluso si los socialistas siguen bajando. Tras el instante de euforia, habremos de prepararnos por tanto a una prolongada depresión. Si ocurre así, se verá agravada por las consecuencias económicas que tendrá la estancia en el poder de la actual coalición de socialistas, podemitas y nacionalistas. Bien es verdad que los populismos se nutren de los resultados de las políticas de estas coaliciones.

Con la llegada del nuevo partido se termina con el modelo del que muchos estábamos orgullosos, esa excepcionalidad española caracterizada por la inexistencia de un partido nacional populista o populista de derechas. Ya teníamos populismo de izquierdas. Ahora lo tendremos de los dos bandos del espectro político. El espacio del centro queda reducido, aún más cuando el PSOE no tiene ya inconveniente alguno en gobernar con quien está gobernando. Vox no es un partido anticonstitucional ni inconstitucional, pero sus propuestas abren un horizonte de cambio tan amplio y tan profundo que reduce el apoyo al sistema tal como está configurado en estos momentos. Si continúa la racha, veremos hasta qué punto los dirigentes de Vox están dispuestos a posiciones de diálogo, como ocurre con otros partidos populistas en varios países europeos, o se retranquean en una actitud testimonial. Desde el interés partidista, y teniendo en cuenta la ola de hartazgo que cabalgan, esta última parecería ser la más indicada. Por el momento, la “España viva” (el resto está seco o degenerado, según la lógica tradicional de los nacionalismos) requerirá cierta exhibición de pureza y de intransigencia.

A medio plazo, sin embargo, el centro derecha y la derecha habrán de afrontar con realismo la nueva situación. Lejos han quedado las grandes organizaciones capaces de articular una sociedad entera. Hemos evolucionado –más apropiado sería decir, retrocedido- a una situación en la que los electores quieren verse representados por quienes son como ellos. Las redes sociales, la apelación a una democracia auténtica, la crisis y la decepción han llevado a mucha gente al convencimiento de que ha llegado la hora de tomar la situación en mano. El toque en este caso estará en ver si los nuevos dirigentes, aquellos que representan al pueblo –pueblo soberano, ni que decir tiene- son capaces de superar el momento de infantilismo y, sin traicionar la demanda suscitada, abrir los inevitables cauces de diálogo.

Por otra parte, y de consolidarse la tendencia, habrá hecho más difícil aún el necesario cambio del Partido Popular. En vez de acentuar el tono bronco, tendrá que encontrar un discurso propio, necesariamente sofisticado: más calibrado, más preciso, más finamente dirigido a quienes no ven necesaria una ruptura. La paradoja es que la renovación, en este aspecto, habrá de ser total. Como en tiempos de Aznar, y antes en los de UCD, tampoco aquí hay modelos establecidos. Habrá que inventarlo todo, sin caer en la tentación de una política de resistencia y contraataque, por muy enérgico y gratificador que resulte esta.

Finalmente, la presencia de Vox coloca en el tablero político asuntos nuevos. Unos porque no han sido problemáticos para la sociedad española, como es el caso de la inmigración: aquí se corre el riesgo de crear problemas allí donde no han existido, ni existen. Sería algo imperdonable. Y otros porque el consenso prevalente hasta hace muy poco tiempo hacía de ellos un tabú. Entre estos está la cuestión nacional, ignorada desde el primer momento por las elites de la democracia liberal, y la deriva de la Unión Europea hacia una instancia superadora de las naciones, cuando no era ese el objetivo primero ni existe demanda para tal cosa. De tratarse todo esto con sensatez y con seriedad, la llegada del populismo de derechas tal vez sirva para que el centro derecha tome conciencia del gigantesco cambio que se está produciendo y de la necesidad de formular propuestas para dirigirlo y encauzarlo. Y de que hay muchos asuntos (desde la vida en las ciudades a la desigualdad, pasando por las nuevas formas de educación y de trabajo) que exigen nuevas ideas o, mejor dicho, nuevas formas de pensar.