Pedro Narváez

El hombre corriente

El presidente se ha convertido en esparring a diestra y siniestra. El boxeador hace que se tambalea pero no caerá tan rápido. Los modernos tenían sentido un siglo atrás, cuando inventaron la palabra y actuaban «avant la page». Los modernuquis de la comunicación defensores de Podemos frente a Rajoy parecen hoy una caricatura obscena, critican lo que les resulta facilón, tanto que sus ocurrencias párvulas insultan. Renueven el repertorio. Los nostálgicos aguardan a un Cid Campeador, como si el gobernante se ganase un romance por serlo y, claro, se encuentran con un juglar económico cuando quieren poesía patriótica. Lo de los radicales es normal: pretenden cobrarse la pieza. Para eso les pagan. Para eso viven. Cuando la derecha no gobierne alcanzaremos la Felicidad Suprema. Justo en el momento en que el foco se pone sobre las personas corrientes no les basta con que dirija la Nación uno de ellos, el hombre que echa las cuentas para que España llegue a fin de mes. Resulta que cuanto más aumenta la presión y los lugares comunes de la plasmatocracia más parece Rajoy un señor al que reivindicar antes de que sea demasiado tarde. Es lo que parece más transgresor en la normalidad de la locura en la que ahora se habita: defender al que se viste por los pies antes de que acabemos perdiendo la cabeza. Rajoy, pues, quién lo diría, como sinónimo de vanguardia, palabra devaluada por comentaristas y activistas políticos que ven en las mamarrachadas de las Colau o las Femen una performance provocadora por quedarse en tetas. Pobre Duchamp. Rajoy no tiene el sex-appeal sadomaso de Varufakis aunque le acusan de infringir dolor a los españoles. Somos una pandilla de llorones que antes de mirar al frente para no sentir el vértigo del precipicio nos echamos en brazos de mamá Estado para que nos dé un potito de cariño. Aunque se empeñan con denuedo y parsimonia, no me convencen de que el monstruo habita en la Moncloa sino que merodea a su alrededor con una pandilla de palmeros, unos nacidos bajo el signo de Caín, y otros encantados de tener barra libre para sentirse guays y tal. El sufrimiento del que ahora abominan no será nada comparado con lo que propugnan como recambio. Pero será un dolor consentido.