Restringido
El Islam y la razón
Es una letanía. Cae sobre el tapete el espinoso tema del islam y no has empezado a desgranar los horrores que entrañan el velo, la yihad o el fanatismo, cuando irrumpe beatífico alguno para pontificar que es un problema de los tiempos, que aquí las monjas van tapadas y que, hace nada, el cristianismo también era puro fanatismo. Si el alma de Dios de turno tiene una edad provecta, añadirá que no hace tanto que en España las mujeres y los hombres asistían separados a misa y que los tíos se colocaban al final, para escapar al atrio a echar un pitillo, cuando el cura comenzaba el sermón. Es el nuestro un país donde el personal radiotelevisivo diserta sobre el agua en Marte, sin haber hecho siquiera un cursillo de submarinismo, sermonea sobre el Bundesbank sin saber lo que es el ebidta de una empresa y sermonea sobre delincuencia sin haber visto chorizos más que en la charcutería.
A propósito de los países musulmanes, de los facinerosos del Estado Islámico y del retrogrado trato que se dispensa a las féminas en lugares como Afganistán, la tesis es que se trata de algo deplorable que se solucionará con paciencia. El colofón es que todas las culturas son respetables y que nosotros, como occidentales, tenemos mucha culpa de lo que pasa. Pues no. El espanto que se abate sobre Siria e Irak e impulsa a emigrar hacia Europa a millones de desventurados no es consecuencia de nuestros errores combinados con la maldad de un puñado de decapitadores. Ganan los malos, porque cuentan con un abrumador respaldo social, como se impone el burka o la ejecución de homosexuales. Si hubiera elecciones verdaderamente libres, los fanáticos ganarían en casi todos los sitios, desde Argelia a Egipto, pasando por Arabia Saudí.
Y la religión tiene mucho que ver en el desastre. A diferencia del islam, el cristianismo surgió como un desafío al orden establecido. No hay nada en el Corán equiparable a esa perturbadora advertencia de que le será más difícil a un rico entrar en el reino de los cielos que a un camello pasar por el ojo de una aguja, ni algo como esa invocación del Sermón de la Montaña, profetizando que los pobres heredarán la Tierra. Su credo, el que invocan cuando cortan un pescuezo, no está en cuatro evangelios distintos, escritos por hombres. Está en un libro dictado por Alá, sin posibilidad de interpretación. No es fácil, con ese panorama, que la razón o la democracia se abran paso.
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