El desafío independentista
El jarroncito chino, como las urnas
El Rey lo dejó muy claro: hay que parar el golpe a la legalidad de las autoridades desleales de la Generalitat. Es lo que hará el Gobierno. Antes o después. Es el momento, pues, de apoyar todas las iniciativas que vayan en esa dirección y advertirle para que no caiga como un pupilo en las múltiples trampas de Puigdemont, incluida la artimaña de esconder las urnas sin que nadie se lo oliera. La vergüenza del «tupper» es lo que caerá sobre sus espaldas para la Historia y no las cargas policiales con sangre sobreactuada. Que ahora vengan los jarrones chinos a atajar en un día lo que fomentaron durante décadas provoca sonrojo. Los que dieron competencias y más competencias sin control alguno, los que permitieron que a los comerciantes se les multara por rotular en español, los que entonces no se armaron de valor para evitar el adoctrinamiento de los niños, deberían, al menos, guardar silencio. Porque ellos también están en la respuesta a la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí. La culpa es compartida. Felipe González abrió fuego. «Yo habría aplicado ya el 155». Muy bien. Se lo compraría si después de la afirmación hubiera aceptado que erró cuando le hacía la ola a Pujol, entonces Molt Honorable y hoy presunto delincuente. Ahora toca el turno de Aznar, el hombre que tiene el don de la oportunidad. Cuando peor le va a Rajoy, mejor. Pronuncia la frase del año y exige ¡elecciones generales! con la que está cayendo y lo que todavía queda por caer. El jarrón chino de la derecha, como las urnas del 1-O, el hombre que hablaba catalán en la intimidad, también debería hacer una coda a su propuesta y admitir que durante su mandato tampoco el Estado estuvo a la altura en Cataluña. Que fue él el que dio el control de los colegios a la Generalitat. Y que creyó que leyendo a Pla la concordia estaba asegurada. Como sus antecesores y los que vinieron después, se equivocó. Zapatero, que tantas cosas habría que reprocharle, como la hora del fallido estatut, es el único que se mantiene entre bambalinas dejando hacer al Gobierno lo que para su fortuna no le tocó a él. Seguro que también tiene una solución mágica, pero al menos no la expresa en público. Que el presidente socialista más denostado por el electorado del PP dé lecciones de moderación al que en su día fue el héroe de la derecha retrata al segundo. No me gustaría estar en el pellejo de Rajoy, al que ahora unos y otros piden desollar. Seguro que tampoco acertó en algunos de los diagnósticos de sus consejeros, pero hoy es el presidente de la España que los golpistas quieren romper. En este momento, es mi presidente, le vote o no. Tomar otra actitud es abrir una fuga de agua para que al final toque la orquesta del Titanic.
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