PSOE
El negro vaticinio de Rubalcaba
El PSOE ha arrancado la etapa post-Pedro Sánchez con las heridas tan a flor de piel que duele hasta mirarlas. El partido está descalabrado tras su tumultuosa batalla de unos contra otros, y está dividido entre el «no» y la «abstención» a una nueva investidura de Mariano Rajoy. Ese es el verdadero meollo de la cuestión. La comisión gestora, con Javier Fernández al frente, trata de enfriar el alto grado de temperatura interna, elaborar un plan de reconciliación y manejar los tiempos sobre un axioma: la abstención no significa apoyo al PP, pero evita el desastre de ir de nuevo a las urnas. El ruido de móviles socialistas es enorme, por más que cuando Fernández llama a Sánchez, el ex secretario general del PSOE no le coge el teléfono. Otra pista más de que las relaciones personales entre los mandatarios socialistas están rotas y recomponerlas (si se logra algún día) costará tiempo y «finezza».
Con tal de no perder comba como alternativa en medio de este ambiente depresivo que vive Ferraz, desde los socialistas con mando en plaza salen ideas como la de explorar la vía del PNV. Se trataría de susurrar en el oído de su aliado en el País Vasco, Iñigo Urkullu, por si suena la flauta y los nacionalistas vascos hacen «el trabajo sucio» al PSOE facilitando la gobernabilidad de Rajoy. En realidad, estos movimientos casi espasmódicos son el reflejo de la frustración e indigestión que va a generar entre los cuadros y las bases la neutralidad ante el PP, aunque sea en nombre de los intereses generales del país. Como reconoce en privado algún presidente autonómico, «aquel que defienda abiertamente la abstención sabe que lo acabará pagando».
Las miradas, claro, siguen volcadas en Susana Díaz, partidaria desde el 20-D de facilitar el camino a Rajoy, por más que trate de colocar la responsabilidad de este tipo de decisiones en el tejado colectivo del Comité Federal. El calendario impide a la baronesa andaluza dar el salto a Madrid, a pesar de encontrarse en el lugar más privilegiado de cara al futuro. De ahí que desee evitar cualquier paso en falso. Ella opta por quedarse en la retaguardia e insiste en que hay que dejar hacer a la gestora. «La prioridad es que arranque la legislatura», transmiten los miembros de su equipo. El viaje a Madrid ya llegará. Lo hará en un ambiente de tranquilidad y desde una posición de liderazgo incuestionable. Díaz, con ganas de enfundarse el dorsal número uno, sabe que «en este momento no tiene rival» en el partido. Pocos ven ya posible un regreso de Sánchez a la Secretaría General. «Perdido el control del aparato, sus opciones merman cada día», coinciden las mismas fuentes susanistas. Más aún si, como ya se prevé, el 39º Congreso Federal es pospuesto hasta la próxima primavera.
Los dirigentes socialistas –cuando hablan sin micrófonos– no las tienen todas consigo. No pueden disimular su dolor ante la grave crisis que atraviesan sus siglas. Y sus principales dirigentes cruzan apuestas sobre cuál va a ser el desenlace final. «No sabemos lo que va a pasar», reconocen. El zapaterismo les dejó el partido convertido en un páramo y las consecuencias más trágicas se viven hoy. En la cabeza de muchos resuenan aquellos ya lejanos vaticinios de Alfredo Pérez Rubalcaba. El ex líder de los socialistas pronosticó que el PSOE necesitaría hasta tres secretarios generales antes de volver al poder. Desde ese augurio han pasado dos años. Perdidos. El miedo a ocupar portadas, y no para bien, y a una larga y dura travesía del desierto es la nota común. Hará falta, sí, altura de miras: grandeza para entender la importancia del paso histórico en el que se halla un socialismo que pide obrar en consecuencia.
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