Ramón Sarmiento

El nuevo discurso político

«La lengua de la República es para los franceses una lengua muerta», sentenció hace poco el presidente M. Valls. Por ello, los ciudadanos muestran el rostro tenso, sus gargantas anudadas y sus labios apretados. Estamos asistiendo a una transformación de la retórica de la contestación política y a la construcción de un nuevo discurso: «Este sistema lo vamos a cambiar», gritan en las calles y escriben en las redes sociales. Ahora bien, hay que admitir que un discurso participativo contestatario no puede emerger de la nada; exige ser definido en relación con el discurso representativo vigente y buscar vínculos de solidaridad con el contrario para que pueda cuajar. No hay, pues, una separación radical entre democracia participativa y representativa. Esto se advierte a través del análisis de las realizaciones lingüísticas con que estos actores se construyen una identidad discursiva para influir en el otro socio del intercambio: «Basta de mentiras: únete!»; «parados, moveos»; «el miedo es la única frontera, traspasémosla». Porque la única manera de convencer es hablar la misma lengua del receptor del mensaje. Por ejemplo: «Nos habéis dejado sin nada, ahora lo queremos todo»; «no nos falta dinero, nos sobran ladrones». Se trata de un discurso crítico sin concesiones frente a toda práctica discursiva que intente desposeer a los ciudadanos del derecho a comprender, a discutir y a juzgar. Pero esto no es en sí una nueva forma de política. Los revolucionarios franceses también crearon y preconizaron para este fin el «hablar verdadero». El nuevo discurso político consiste, pues, en reivindicar la libertad de decir sin delegar a un representante cualquiera el derecho de tomar la palabra política. La realidad es por ahora bastante virtual. Se basa en la comunidad de individuos conectados por las redes sociales, en igualdad de derechos. Busca sustituir la verticalidad por la horizontalidad, la distancia por la proximidad y la representación por la participación. Todo ilusionante. Pero del dicho al hecho va un trecho. Pasar a la acción impone asumir leyes vigentes y formas reguladas de participación política. ¿Serán solo viejas palabras disfrazadas de envoltura nueva?