Restringido
El Octavo Pecado Capital
Se les olvidó uno. Quizá porque no vivieron en España, pero si lo hubieran hecho, seguro que santo Tomás de Aquino o el papa Gregorio hubieran añadido a la gula, la avaricia, la lujuria y el resto de pecados capitales un octavo: la ingratitud. A estas alturas y dejando a un lado la crueldad gratuita, no se me ocurre vicio mayor que el desagradecimiento, algo tan común como habitual en política. Hace unos meses, en uno de los desayunos con periodistas que montaban en La Moncloa con la vista puesta en las elecciones generales, se lo comenté a Mariano Rajoy, después de que nos explicara sin alharacas la ingente tarea realizada durante cuatro años para sacar al país del marasmo en que nos dejó el insensato Zapatero. Le pregunté si no temía que a la hora de la verdad, por bien que dejara las cifras económicas, le ocurriera como a Winston Churchill, que exigió a los británicos «sangre, sudor y lágrimas» y al que sus conciudadanos, exactamente 59 días después de ganar la II Guerra Mundial y cargarse a Hitler, le endiñaron la derrota electoral más apabullante que nunca ha sufrido un líder conservador. Rajoy se limitó a encoger levemente los hombros, pero estoy seguro de que estos días, escuchando las pavadas que sueltan algunos sobre él, se habrá acordado de Churchill. No debe de haber para un político que se precie satisfacción mayor que defender lo que piensa y que encima le voten en masa los electores. Es indudable que Rajoy ha hecho lo que creía que debía hacer, sin concesiones estériles al populismo o con cálculos cicateros destinados a quedar bien con la parroquia. También que ganó las elecciones el 20-D y con considerable ventaja sobre sus rivales. Su drama y quizá también el nuestro, es que las cifras no cuadran. Si en lugar de 7.215.530 votos hubiera cosechado ocho millones, a estas alturas no estaríamos haciendo cábalas sobre cada majadería que suelta Pablo Iglesias o escudriñando los pestañeos de Pedro Sánchez. Pero las cosas son como son y no tiene sentido amargarse contra lo que no puedes cambiar. Hay que jugar con las cartas que tienes en la mano y en el caso de Rajoy, su oportunidad de envidar llegará en un mes, si el líder del PSOE se la pega. Será entonces cuando empezará de verdad la negociación y veremos si entre las bazas que juega, como barrunto, está ofrecer por sorpresa su propia cabeza y salvar al PP.
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