Ángela Vallvey
El partido como empresa
Las instituciones son organismos de carácter corporativo que deberían vertebrar los países, dados su carácter social y sus objetivos supuestamente centrados en el bien común. Los partidos políticos son algunas de las más importantes entidades o instituciones de interés público, y su activo y primordial papel de organización gubernamental, administrativa, los ha convertido hasta ahora en pilares esenciales de la democracia. Los críticos de la democracia de partidos acusan al sistema de «turnismo», o bipartidismo, de fomentar el ataque al adversario por método, de cara a la galería, de no ser representativos de los intereses ciudadanos y de generar lobbismo sectario, entre otras lindezas. Pero yo creo que uno de los principales problemas de los partidos políticos contemporáneos es que se han transformado en «empresas». En sociedades anónimas o limitadas, cuando no en sociedades unipersonales: un tipo muy distinto de instituciones, esta vez con fines meramente comerciales, en las que el interés común está dando paso, de manera bastante eficaz, al simple, neto y mal disimulado ánimo de lucro. Unas empresas en las que se trabaja para satisfacer los deseos de los clientes-votantes, siempre que ello reporte un beneficio en la cuenta de resultados.
Cuando el negocio y la ganancia se convierten en el objetivo de un partido, el bien común carecerá de interés para su factoría burocrática de producción ideológica. El partido (véanse los grandes partidos) puede operar como una multinacional. Seducirá entonces al cliente-votante con el único ánimo de sanear sus balances contables, no con la intención de complacer las necesidades de la comunidad. El partido puede ser, asimismo, una pyme, pequeña empresa. Sus dirigentes podrían aferrarse a él como un autónomo a su SLU quebrada, prefiriendo la bancarrota a soltar los mandos de su principal patrimonio. (Véase UPyD, las luchas por reemplazar a Rosa Díez, ¿su fundadora?, ¿su dueña...?).
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