Manuel Coma

El presidente no cambia

El secretario de Defensa es uno de los pesos más pesados y una de las piezas claves de cualquier Administración americana. No sólo se gasta cerca del 4% del PIB nacional y encabeza un ejército de más de dos millones de funcionarios militares y civiles, sino que ejecuta y en buena medida diseña, o contribuye a ello, la política de seguridad del país, una buena tajada de la política exterior. Su ministerio y sus subordinados son pilar esencial de la posición americana en el mundo. Nada sorprendente que dentro y fuera del país los correspondientes nombramientos sean analizados con lupa y den lugar a prolongados debates.

Obama va por el cuarto en seis años. El reciente cese/dimisión de Hagel ha sido una buena muestra de ese interés. Fue una sorpresa sin indicios previos, es el primer cambio importante cara a los muy problemáticos últimos dos años del presidente y se produce cuando la política exterior de pacifismo e inhibición lleva ya tiempo desmoronándose. Su eje central, el acuerdo para detener la marcha nuclear de Irán, sigue sin dar frutos y está ya en fase de respiración asistida, y las fuerzas armadas americanas reaparecen en los escenarios medio orientales que Obama había abandonado con tanto cacareo. Las esperanzas de ganar a Rusia para Occidente han sido escarnecidas por el Kremlin, y la OTAN ha sufrido estoicamente el zarandeo de Putin. Si los misterios del ascenso y la caída de Hagel así como la evaluación de su paso por el Pentágono siguen siendo objeto de debates y conjeturas, el nombramiento de Ash Carter parece suscitar amplio consenso, aunque siga planteándose la cuestión de qué espera Obama de él, pues es tan poco acomodaticio como sus predecesores a los recortes presupuestarios de las Fuerzas Armadas, a los que el presidente no va a renunciar, y mucho más afirmativo e independiente que Hagel, del que ha sido número dos, como lo fue igualmente del antecesor Panetta, además de haber ocupado un cargo importante con Gates, primer responsable de Defensa de Obama y último de Bush.

Toda una intrigante trayectoria para alguien tan ideológicamente partidista y amigo de rodearse de gentes de su máxima confianza. Gates era republicano, Panetta demócrata centrista, Hagel lo que en política americana se llana RINO (republicano sólo de nombre) y Carter vuelve a ser de su partido, pero muy ajeno al nada penetrable círculo de íntimos de la Casa Blanca.