Antonio Cañizares
El progreso y el hombre
La gran cuestión del momento es la cuestión antropológica. En ella se está jugando la supervivencia de nuestra sociedad, como, con tanta lucidez, el Papa Benedicto XVI abordó, por ejemplo, en su libro-entrevista, que habría que releer, «Luz del mundo» ( pp. 55-62), sin omitir las referencias que hace, entre otros, al concepto de progreso, a los criterios de la ciencia y del progreso, al tema de la libertad, que en la Edad Moderna «se entiende como libertad para poder hacerlo todo», y las consecuencias que de ahí se derivan.
A este respecto señala: «En la combinación que hemos tenido hasta ahora del concepto de progreso a partir de conocimiento y poder, falta una perspectiva esencial: el aspecto del bien. Se trata de la pregunta: ¿qué es bueno? ¿Hacia dónde el conocimiento debe guiar el poder? ¿Se trata de disponer sin más o hay que plantear también la pregunta por los parámetros internos, por aquello que es bueno para el hombre, para el mundo? y esta cuestión, pienso yo, no se ha planteado de manera suficiente. Ésa es, en el fondo, la razón por la cual ha quedado ampliamente fuera de consideración el aspecto ético, dentro del cual está comprendida la responsabilidad ante el Creador. Si lo único que se hace es impulsar hacia delante el propio poder sirviéndose del propio conocimiento, ese tipo de progreso se hace realmente destructivo... Aparte del conocimiento y del progreso, se trata también del concepto fundamental de la Edad Moderna: la libertad para poder hacerlo todo. El poder del hombre ha crecido de forma tremenda. Pero lo que no creció con ese poder es su potencial ético. Este desequilibrio se refleja hoy en los frutos de un progreso que no fue pensado en clave moral. La gran pregunta es, ahora, ¿cómo puede corregirse el concepto de progreso y su realidad, y cómo puede dominarse después positivamente desde dentro? En tal sentido hace falta una reflexión global sobre las bases fundamentales» (Benedicto XVI, Luz del mundo, pp. 56-57). Una vez más la cuestión moral, la cuestión del hombre, inseparable de la realidad de Dios, Creador y Redentor del hombre.
Ésta es la gran cuestión, pues, repito, que hay que plantearse ahora, para afrontar, en España, una situación que es necesario renovar, mejorar, superar, cambiar, llenarla de futuro y de dinamismo humanizador: la cuestión del hombre, la cuestión moral, la cuestión antropológica, que es la que está en juego y en la base de lo que nos pasa. Entre todos hemos de afrontar esta cuestión. Sin duda alguna que la sociedad puede y debe contar con la Iglesia, que la Iglesia está ahí, en primerísima línea, fiel a sí misma, a Dios, a su Señor, y al hombre, experta en humanidad, precisamente por Dios.
La Iglesia no se echa ni se echará atrás, porque nada humano le es ajeno, porque comparte los gozos y las esperanzas, sufrimientos y dolores de los hombres –son los suyos– porque su camino es, sencillamente, el hombre; porque ella se funda en el que es el más pleno y total «sí» al hombre, todo hombre, el que Dios, infinito amor y desbordamiento de bien y verdad, puede dar, el que ha dado en Jesucristo, inseparable e inconfusamente verdad de Dios y del hombre.
La Iglesia, pues, por su misma naturaleza, está al servicio del hombre y desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad; por ello está al servicio de la verdad y de la libertad del hombre, que son inseparables entre sí. No puede renunciar a ninguna de ellas, porque está en juego el ser humano, porque le mueve el amor al hombre en su integridad y unidad, que es la única criatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma (cf. GS 24): «Somos, dijo el Papa Benedicto XVI en Santiago de Compostela, de alguna manera abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser y que es origen de la genuina libertad». De aquí se entiende que la aportación de la Iglesia en este momento sea concreción de la invitación del Papa en Compostela: «Quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no solo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, integra y fecundamente por su bien» (Benedicto XVI, en Santiago de Compostela).
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