Fernando Rayón
El puñetazo
Sánchez no perdió el debate por su violencia verbal, tampoco por sus continuas interrupciones a Rajoy; lo perdió porque fue incapaz, en las dos horas que duró aquel esperpento, en ofrecer una alternativa seria, razonada y coherente al PP desde el Partido Socialista Obrero Español.
Todos sabíamos que era su última oportunidad, y veíamos incluso con cierta ilusión que pudiera redimirse de los años de jefe de la oposición pero, quizá por el complejo que le ha acompañado este tiempo -o porque alguien de su partido le engañó- quiso convertirse en el líder de Podemos sin percatarse de que Pablo Iglesias ya estaba representando el papel de la moderación que el mismo destruía. No hubo más que esperar unos minutos para comprobarlo en directo en el mismo canal de televisión que tantos momentos de gloria ha procurado al ideólogo chavista. El líder de Podemos descalificaba a los protagonistas del debate por su violencia como si él fuera la madre Teresa de Calcuta. Mientras tanto, el secretario general del PSOE decía aquello de que «Solo le dije (a Rajoy) lo que piensan la mayoría de los españoles». Como si aquello fuera un argumento. Pues bien, aquella violencia petrina –de Pedro Sánchez digo- fue el aperitivo temporal de lo ocurrido ayer en Pontevedra, cuando un joven agredió a Rajoy durante un paseo por sus calles. Me dirán que un joven de 17 años es un joven, pero no le bastó el puñetazo que rompió las gafas al Presidente, sino que propinó otro golpe a uno de los escoltas que le detuvo. Lo peor, sin embargo, fue la frase que pronunció el violento: «Estoy muy contento de haberlo hecho». Toda una declaración de principios democráticos. Porque claro, el golpea para defender sus ideas. Faltaría más.
Pero si la violencia verbal es mala, es aun peor porque puede inducir a otras personas y actitudes. No quiero hacer comparaciones con lo de ayer, pero es obvio que estamos en una campaña donde los excesos han sido manifiestos. Y en política no todo vale. Valen los argumentos, las ideas, la ideología –sea del tipo que sea-, pero sobran las alusiones personales, los insultos y, por supuesto, las agresiones. Y también los agresores, aunque sean luego jaleados por algunos. Como ayer vimos.
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