Política

Jesús Fonseca

El Rey, casi una leyenda

El Rey, casi una leyenda
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Al Rey se le quiere o no. Porque es alguien que no tiene tres ni revés. Es lo que es. Le he visto moverse como pez en el agua –ventajas de estos oficios nuestros– por Europa, Africa y la América Hispana, sobre todo. Derrochar simpatía, ternura y mano izquierda. 22 de noviembre de 1975. Cuarenta y ocho horas después de la muerte de Franco. A partir de aquel día, fue Rey como si lo hubiera sido toda la vida. Quizás porque es lo que es y sabe serlo. Porque es alguien que llama al pan, pan, y al vino, vino. Porque no esconde sus flaquezas y debilidades. Lo supo ver con claridad desde el primer día de su Reinado: o aquella era la Monarquía de todos, o no sería. Esa era la meta. No creo que nadie que tenga los ojos abiertos y no sea malintencionado niegue que estos 39 años de Reinado han sido el período en el que los españoles hemos rozado más la suerte.

A estas alturas del paseo se sabe ya todo. Se han contado intimidades, chascarrillos, relatos ciertos y menos ciertos. Han hablado los que saben y los que no saben; los bien pensantes y los bien instalados. La tropa de los impostores.

Yo, de este Rey, me quedo con su capacidad para darse a sí mismo, que es mucho más que dar, como es sabido. A lo largo de su reinado se equivocó, cometió errores. Pero los aciertos, los dividendos para España son incontables. De la manga ancha del principio hemos pasado, en un santiamén, a tener sitiado al Rey. A no dejar pasar una. Este Rey ha dicho muchas más veces lo que le dictaba el corazón que lo que convenía o interesaba que dijera. Algo que, en lugar de volverse en su contra, lo ha aupado, porque lo ha acercado aún más. «¡Cuanta falta nos va a hacer, Majestad!», le dije hace unos días en El Escorial. A su lado estaba el Príncipe de Asturias. Y esta fue la respuesta del Rey: «Prefiero que me echéis de menos y no de más».