Selección Española
El rosario
Hace 26 años, Vicente del Bosque descubrió en la Ciudad Deportiva del Real Madrid a un chaval que quería ser portero. Cada tarde le acercaban los padres desde Móstoles. Muchos críos se quedaron en el camino porque ese sacrificio cotidiano no todos los progenitores lo aceptan. Y el niño, nueve primaveras en el resplandor, aprendió rápido. Reunía las condiciones del guardameta; ascendió de categorías y empezó a consolidarse y a pulir defectos cuando le cogió el maestro, Manolo Amieiro, quién aún hoy echa de menos que su pupilo diera la cara por él cuando en una de esas reorganizaciones del «staff» técnico del Madrid le despidieron. Con unas dotes excepcionales, Casillas rompió en lo que es, un cancerbero mayúsculo, sin necesidad de deslomarse en los entrenamientos; algo que algunos entrenadores le reprocharon. No necesitaba hacer los 1.500 abdominales de Aznar para mantenerse en forma. Es un prodigio de la naturaleza.
Titular indiscutible en el Madrid hasta que Mourinho, unos meses después de declararle mejor portero del mundo, aceleró su ocaso. Del Bosque le defendió y le mantuvo en la portería española hasta que consideró que había otro en mejor forma, De Gea. La eliminación en la Eurocopa convirtió la transición dulce en un pasaje insoportable, descubierto tras el fracaso, como en Brasil. Casillas y Del Bosque no se hablan. Casillas y los técnicos de la Selección no intercambiaban ni los buenos días. Lo ocultaron, hasta que el entrenador confesó a José Ramón de la Morena que el portero no se había portado bien con él y con sus ayudantes. Peor final, imposible. Esto no lo arregla ni MacGyver, menos aún si interviene Rambo. Así que «devuélveme el rosario de mi madre / y quédate con todo lo demás. / Lo tuyo te lo envío cualquier tarde. / No quiero que me veas nunca más».
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