Manuel Coma
El terror que viene de África
El tibio Hollande decidió intervenir en Mali el pasado 11 porque vio que una de las creaciones estatales del colonialismo francés amenazaba ruina y, para mayor desasosiego, por obra de islamistas que venían dedicándose a cortar manos, flagelar en público y prohibir que las mujeres pisen fuera de casa sin compañía masculino. Todo ello con serias posibilidades de irradiación regional, muy tóxica. Las cosas iban mal en el país desde el comienzo del año pasado y una intervención internacional venía cociéndose a fuego lento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y entre centroafricanos que veían pelar las barbas de su vecino con creciente inquietud. Los rebeldes que en los pasados meses ya se habían hecho dueños del inmenso y desértico Noroeste, el Azawad, habían traspasado la línea imaginaria que los separaba de la región Sur Occidental, verdadero núcleo de la nación, apoderándose de Konna. Nadie sabe cuántos han sido los invasores, pero puede que no pasen de trescientos, lo que indica el deplorable estado de las fuerzas nacionales. El camino de Bamako, la capital, podía quedar abierto y el presidente francés hizo de tripas corazón, y lanzó sus bombarderos y puso en marcha un contingente de 2.500 efectivos, en lo que no está resultando un paseo militar. Apeló al amigo americano, porque en transporte, logística y medios técnicos de adquisición de inteligencia la operación desborda las capacidades francesas. Mientras tanto elementos que se proclaman Al Qaeda se apoderan en Argelia de unas instalaciones de procesamiento de gas con cientos de extranjeros. Probablemente se trata más bien de una pelea entre facciones de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) por el liderazgo de la organización. La operación podría tener fines esencialmente lucrativos. Sus autores ya han protagonizado otros secuestros con los que financian sus actividades bélico-sacras. Las autoridades argelinas han reaccionado con una contundencia ejemplar, pero sin miramientos para los rehenes. Razones no le faltan. En juego está el sector más importante de la economía nacional y el riesgo de un éxito de los radicales cuya derrota le costó al país una larga guerra con más de cien mil muertos. Pero no es así como Argelia actúa contra el tráfico de armas que a través de su territorio aprovisiona desde Libia a los que ahora quieren establecer el reinado de la ley islámica en Mali. Su política es no irritar en el exterior a los que mete en cintura con mano de hierro dentro de sus fronteras. La ovejuna pero popular idea de que no hay que provocar al enemigo que ya nos está haciendo la guerra con toda la saña de que es capaz, para que no intensifique sus esfuerzos, es pintoresca y suicida. Pero es el dilema con el que se va a enfrentar Francia si, como es probable, no consigue desbaratar la revuelta que trata de limitarse a contener. Europa y España parecen haber decido que lo mejor es que ni se nos ocurra tomar cartas en el asunto
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