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Julián Cabrera

El tiempo entre facturas

Hay distintas maneras de afrontar en la vida pública la embarazosa situación de verse pillados con el «carro del helado». Sin duda, la más digna es la del reconocimiento de errores, la asunción de responsabilidades y el camino de vuelta a casa. En el otro extremo se sitúa la huida hacia adelante, negación de la evidencia y paranoia de contubernios y campañas orquestadas.

Cándido Méndez, máximo responsable confederal de UGT, el único secretario general conocido en la actual etapa democrática tras la marcha de Nicolás Redondo –que ya ha llovido– está mostrando la segunda de esas maneras. Un craso error que puede marcar no sólo el principio del fin de su dilatada trayectoria al frente de UGT, sino por extensión del propio sindicalismo en la forma en la que lo hemos entendido en España durante las últimas décadas sin mínimo atisbo de adaptación a nuevos tiempos, aunque no hay mal que por bien no venga.

La lentísima instrucción de la juez Alaya en el «caso de los ERE», torpedeada desde el ámbito institucional y hasta acosada a las puertas del juzgado por aventajados discípulos de Jimmy Hoffa, retrata por goteo la verdadera envergadura de un escándalo que apunta hacia sucursales caribeñas, rehabilitación de sedes con fondos de formación o patrimonios multiplicados, como aquí se ha publicado.

Esto no es la anécdota ya de por sí fea de aquel que pedía un recibo de menú en un bar con «luces rojas»; aunque por ahí se empieza, se sigue por justificantes de «mariscada de trabajo» y se acaba como se acaba. Tal vez haya mejores maneras de ayudar a trabajadores y parados que pasar el «tiempo entre facturas» de dudosa pulcritud. Así lo que les acabarán saltando a los sindicatos serán las costuras.