Pilar Ferrer
El triunfo del «marianismo» frente al aguijón «aznarista»
El discurso de Mariano Rajoy ha fortalecido su liderazgo y ha unido al partido. Es la conclusión unánime de los ministros y altos cargos del PP con mando en plaza. Cuando se cumplen veinte años de su primera victoria electoral, la figura de Rajoy resiste imbatible a todo tipo de ataques y una auténtica cruzada contra su persona. El efecto ha sido el contrario: el Gobierno y el partido cierran filas en torno al líder y denuncian la minoría de voces críticas interesadas. La figura de José María Aznar, el hombre que llevó al poder al centro-derecha español y gobernó durante ocho años, es contestada en privado en el entorno de Moncloa y Génova. Aunque públicamente nadie entra al trapo, varios dirigentes populares bien conocedores del aparato así lo definen: «Aznar está siempre con el aguijón puesto». El último, en San Sebastián, durante el homenaje a Gregorio Ordóñez, donde reclamó un proyecto renovador de ideas y personas. Nunca da puntada sin hilo
En los últimos meses ha aflorado un sector crítico contra el ex presidente, de quien echan en falta una defensa pública ante los fuertes ataques al partido y a Rajoy. Según estas fuentes, el malestar aumentó ante la feroz acusación de Pedro Sánchez en un debate televisivo, cuando acusó a Rajoy de indecente. Muchos en Moncloa y Génova lamentaron que Aznar no saliera a la palestra para defender la honorabilidad de su sucesor. Argumentan que todos los casos de corrupción en Madrid y Valencia provienen de su etapa. ¿Quién nombró a Rodrigo Rato y era íntimo de Miguel Blesa? ¿Quién invitó a la boda de El Escorial a Correa y el Bigotes? ¿Quién le dio poder a Luis Bárcenas como tesorero? Son preguntas que se hacen, citando a la mayor parte del gobierno y la cúpula del partido como ejemplos de renovación. Entre ellos, Soraya Sáenz de Santamaría en el Ejecutivo, la propia María Dolores de Cospedal y los vicesecretarios Javier Maroto, Maillo, Pablo Casado y Andrea Levy; o Cristina Cifuentes, en Madrid.
Rechazando ser lo que Felipe González llamó «jarrón chino», pertrechado en la FAES y su agenda internacional, José María Aznar nunca ha estado como «una piña» con Mariano Rajoy. De hecho, en el aniversario la pasada semana del primer triunfo electoral del PP se limitó a reivindicar en su página web personal los logros de su gobierno «reformista, enérgico y de amplios acuerdos». Ni una sola palabra de apoyo para el sucesor, cuando sufre en estos momentos una intensa campaña en su contra desde sectores políticos y mediáticos. «Es muy fácil predicar sin dar trigo», opinan dirigentes del PP, que recuerdan cómo el ex presidente dedica su tiempo a viajar e impartir conferencias bien remuneradas. «A Mariano no le veréis con un casoplón en Marbella o en yate por la Cerdeña», dicen estos críticos.
De aquel marzo de 1996 casi nada queda, muy pocos hombres del entonces presidente siguen en la brecha. José María Aznar ganó sus primeras elecciones sin mayoría absoluta y, curiosamente, necesitó el apoyo de los catalanes de CIU para gobernar, algo ahora impensable. Llegó al poder rodeado de unos cuadros altamente preparados y formó un Ejecutivo brillante. Paco Cascos, vicepresidente primero y hombre fuerte del partido. Rodrigo Rato, vicepresidente económico. Abel Matutes, en Exteriores. Jaime Mayor Oreja, en Interior. Esperanza Aguirre, en Educación y Cultura. Trabajo, para Javier Arenas. Isabel Tocino, en Medio Ambiente. Y Mariano Rajoy Brey, ministro de Administraciones Públicas. De aquel ilustre palmarés, tan solo siguen en primera línea de poder Rajoy y Arenas. Veinte años después, el balance actual es elocuente: Aznar, quejoso. Cascos, retirado. Rato, imputado y cabeza de turco contra la corrupción de la «vieja guardia». Mayor Oreja, alejado. Esperanza, destronada. Matutes y Tocino, en la vida empresarial.
El destino colocó a Mariano Rajoy en el puente de mando. Como secretario de organización, diseñó la campaña electoral del 2000, que dio al PP una histórica mayoría absoluta. Fue vicepresidente primero del Gobierno, tras haber pasado por Educación e Interior. Y el 31 de agosto de 2003, en el Congreso del partido, Aznar pronunció su famosa frase: «Mariano, te ha tocado». El entonces presidente cumplía su promesa de no estar en el cargo más de ocho años y designaba sucesor a Mariano Rajoy, el único que no había conspirado para lograrlo. Un barbado registrador de la propiedad, curtido en la política gallega, pactista, tranquilo y que huía del conflicto como el agua del aceite. De ahí, Aznar acuñó un consejo: «Si tienes un problema, habla con Mariano», decía a su equipo de entonces.
Así fue como Mariano logró la primera mayoría absoluta del PP, ayudado por tres hombres claves: Juan José Lucas, artífice de que Manuel Fraga no designara en su día a la «bellísima sorpresa» Isabel Tocino. El caústico y ladino periodista Miguel Ángel Rodríguez, y el inefable Pedro Arriola, «gurú» sociológico de todas las salsas. Por ello, los «marianistas» recuerdan cómo el líder gallego ha pivotado las dos mayores victorias electorales del PP, y sin acusar directamente a Aznar de deslealtad, sí lamentan sus punzantes indirectas hacia el gobierno de Rajoy. Las relaciones entre ambos se enfriaron poco a poco, cuando Mariano demostró que no era un títere sin iniciativa política. Rajoy creó su propio equipo y la «vieja guardia» quedó en retirada.
El «marianismo» histórico no puede entenderse sin Ana Pastor o Jorge Fernández, dos personas de su máxima confianza que le han acompañado siempre en sus diferentes puestos. Entre los «marianistas» emergentes destacan Soraya, la eficaz vicepresidenta que forjó un potente grupo parlamentario en el Congreso. Y ministros como Fátima Báñez, Alfonso Alonso, José Manuel Soria o Rafael Catalá. En el camino se quedó otra histórica, Ana Mato, una mujer a la que Rajoy tuvo siempre mucho afecto personal, pero que se vio obligada a dimitir como ministra de Sanidad por su relación con la «trama Gürtel». Unos coletazos que en la actual dirección sitúan en la época de Aznar y que han hecho enorme daño al partido. El presidente piensa resistir contra viento y marea, está enrocado en su gestión y crecido tras su intervención en la investidura de Pedro Sánchez. Como le espetó en aquel debate televisivo: «¿Usted, de qué me acusa? Ni estoy imputado, ni he sido llamado a declarar».
En la larga historia del PP, otro histórico se cayó del caballo. Alberto Ruiz Gallardón, el eterno delfín, el «verso suelto», que lo fue casi todo y no pudo ser más víctima de sus propias ambiciones. Veinte años después, a pesar de presiones y conjuras, a Mariano Rajoy «nadie le tose». En su entorno reconocen que hay una exigua minoría, rescoldos «aznaristas», que abogan por su marcha en «intrigas de salón». Coinciden en que el punto de inflexión con José María Aznar se produjo tras la salida de Ana Botella del Ayuntamiento de Madrid. Personas que frecuentan al matrimonio aseguran haberle escuchado al ex presidente su queja: «La dejaron sola». Por el contrario, desde Moncloa afirman que su trato con ella fue siempre exquisito y que de su boca jamás ha salido una palabra altisonante contra los Aznar.
Rajoy tiene tras de sí una larga historia política y de servicio en la Administración. Ha sufrido como nadie los avatares internos y dentelladas de la derecha española. Ha pasado por los ministerios más importantes del Gobierno y pivotado una crisis sin precedentes. Ha soportado la sucia guerra del Prestige, las puñaladas del Congreso de Valencia, la tregua de ETA, el desafío soberanista y lo que se tercie. Ni por un momento tirará la toalla, dicen en su círculo interior.
A su edad sabe lo que es estar en el olimpo o sufrir la marginación política al socaire de cualquier conspiración o maldad susurrada en los oídos de quien manda. No debe nada a los poderes fácticos, por lo que no pueden pasarle factura. Ahora afronta otro gran reto en su vida política, entre miradas furtivas pendientes de la presa.
De momento, ha ganado un debate y ha dejado K.O. al adversario. Sigue en el poder y creo que no le preocupa la gloria.
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