Fernando Rayón
En son de paz
Tuvo gracia que a Artur Mas no se le ocurriera decir otra cosa a los periodistas mientras esperaba al Rey que lo de que «venía en son de paz». Debe ser consciente de la guerra que está dando y quizá quería aportar un detalle de normalidad a la irrealidad en la que se mueve desde hace años. Pero la gracia –como se vio– no se la siguió nadie. Tampoco Don Felipe.
Pero, aunque no brillante, Mas ha sido empresario y sabe que su mermada cuenta de resultados en el Gobierno de la Generalitat necesita algún balón de oxígeno ante las próximas elecciones del mes de septiembre. Ardua tarea, pues sin duda ha sido el peor presidente de la Generalitat de la historia, Montilla incluido. Pues bien, llegó a Zarzuela y la cosa empezó mal. Pero tampoco el Rey podía hacer risas con el que sí las hizo en la final de la Copa. Y siguió peor cuando Don Felipe –ya a solas– tuvo que recordarle la legalidad que impera en España, frente a sus amenazas secesionistas. El «todos somos iguales ante la ley» que muchos pensaron aplicable a Iñaki Urdangarín hoy tiene otro inquilino propietario: un Artur Mas imputado por desobediencia por la Fiscalía del Estado, y que se dispone a iniciar su punto de no retorno hacia ninguna parte.
Porque ofrecer independencia, cuando no se puede ofrecer nada más no deja de ser un truco de trilero. Pero pretender que bendigan y comprendan ese juego resulta ridículo y también desconsiderado. Es como el concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata cuyos tuits todos entendemos mal, y solo él sabe explicar... hasta el punto de terminar borrándolos de su cuenta. Pero la cuenta de Mas la lleva el Estado. Y, por suerte, en ella figura ese Estado de Derecho en el que muchos nos alegramos de vivir.
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