Bartolomé Beltrán

Epilepsia

Se acaba de celebrar el Día Nacional de la Epilepsia. Unas 400.000 personas padecen alguna forma de epilepsia y se detectan una media de unos 18.000 nuevos casos al año. Me senté para aprender con los doctores Antonio Gil-Nagel, del Ruber Internacional, y José María Serratosa, de la Fundación Jiménez Díaz. Gil-Nagel dice que «hoy en día, ver pacientes con crisis generalizadas tonicoclónicas no es lo habitual. Cuando están correctamente tratados con la medicación apropiada ese tipo de crisis se logran controlar» y añade que ante una crisis, introducir sistemáticamente objetos en la boca para evitar que el afectado se muerda o se trague la lengua es una práctica incorrecta, ya que se puede producir más daño que solucionar la situación. «Se pueden producir luxaciones de mandíbula, roturas dentarias o heridas por mordedura en la mano de quien ayuda», subraya. La enfermedad «tiene mucho que ver con alteraciones en la conectividad de las neuronas, los llamados trastornos de la migración neuronal». José María Serratosa asegura que en la mitad de los pacientes con epilepsia hay una predisposición genética. «Hay tipos de epilepsia puramente genéticos, como es el caso de la Enfermedad de Lafora o el Síndrome de Dravet, u otros tipos en los que la susceptibilidad de tener crisis después de una lesión cerebral influye el hecho de que el paciente tenga o no subyacente genéticamente la epilepsia», explicó. Los estudios genéticos se remiten a laboratorios especializados. En el Síndrome de Dravet, por ejemplo, el doctor Serratosa nos dijo que es importante el diagnóstico porque determina que fármacos pueden ser útiles y cuáles no. En cuanto a las pruebas básicas a realizar, el experto las dividió en dos, una prueba para ver cómo es la estructura del cerebro, la llamada resonancia magnética específica para epilepsia, y un encefalograma. Es lo que hay. Seguro.